De monumento a cuerpo: reinventando la
memoria de Sucre en Quito (1892-1900)
Carmen Fernández-Salvador [1]
FERNÁNDEZ-SALVADOR, Carmen. De
monumento a cuerpo: reinventando la memoria de Sucre en Quito (1892-1900).
19&20,
Rio de Janeiro, v. X, n. 2, jul./dez. 2015. https://www.doi.org/10.52913/19e20.X2.03a
[English]
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1. En 1900, el artista Joaquín Pinto reprodujo en óleo el
cráneo del Mariscal Antonio José de Sucre, recientemente descubierto en el
monasterio del Carmen Bajo de Quito [Figura 1]. Sellada y autentificada por el Intendente de
Policía, la pintura se ejecutó cuando los restos exhumados del héroe fueron
examinados por los miembros de la facultad de medicina de la Universidad
Central. El óleo, al igual que el examen médico, no tenía una agenda
científica. Exhibiendo el orificio por donde penetró la bala que dio muerte a
Sucre, en 1830, su propósito era certificar la autenticidad de la reliquia,
asegurando su importancia como objeto de contemplación y reverencia cívicas.
2. La exhumación de las reliquias de Sucre en el año
de 1900, las imágenes y textos que circularon en diversos medios sobre su
descubrimiento y examen médico, así como el pomposo ritual funerario que se
organizó a su alrededor, se alejan radicalmente de otras prácticas
conmemorativas de la época. En las últimas décadas del siglo diecinueve y a
principios del veinte, las conmemoraciones cívicas ratificaban la importancia
del espacio público de la urbe en la construcción de la memoria colectiva.
Durante las honras públicas que se celebraron en 1900 en torno a los restos de
Sucre, por el contrario, la atención se dirigía hacia el cuerpo del héroe;
evidencia y reliquia de su propio martirio, ese cuerpo se mostraba removido de
la historia que se inscribía sobre la topografía local. Estas diferentes formas
de conmemoración (la geografía o el cuerpo como lugares de la memoria
colectiva) no son solo instrumentos mnemotécnicos, neutrales e inocentes, sino
que se construyen sobre el conflicto y la disputa. A partir de estos dispares
ejemplos, en este artículo analizo a la conmemoración cívica como estrategia en
la articulación de visiones opuestas de la historia, y como manifestación de
las contradicciones políticas entre grupos rivales.
3. En la intersección entre espacio público, ritual
conmemorativo y medios impresos, es posible reconocer el esfuerzo consciente
que da forma a la memoria oficial. Al hablar sobre los lugares de la memoria,
Pierre Nora argumenta que éstos surgen en la ausencia de una memoria
espontánea.[2] Los archivos y las conmemoraciones son
una suerte de memoria prostética, a la que se da forma desde fuera, afirma.
Estos enclaves, intencionalmente construidos y preservados, son lo
opuesto a la práctica social y a la memoria viva. El archivo, el monumento y el
ritual cívico, afirma Nora, son indicativos de la ansiedad que genera la
evanescencia de los recuerdos. Si la memoria prostética es artificio, ésta
también puede ser alterada o reinventada. Esto nos lo sugieren, justamente, las
ceremonias conmemorativas que se dan en Quito a fines del siglo diecinueve y
principios del veinte, en torno a la figura del Mariscal Sucre.
4.
Las
ceremonias de este período, por otro lado, nos permiten reflexionar sobre la
aparente contradicción entre tradición y modernidad. Muchos de los actos
cívicos de este período utilizan recursos y convenciones que están presentes en
celebraciones europeas y que se repiten en ciudades americanas, como México y
Lima. La difusión de noticias sobre las fiestas patrias a través de medios
impresos y la organización de exposiciones de arte e industria permitía que los
intelectuales y políticos quiteños, en sus afanes cosmopolitas, pudieran
imaginar y exhibir el progreso y modernidad de su ciudad. De manera paralela,
si no se podía suplantar a la tradición barroca, ésta podía ser adaptada a las
necesidades seculares del estado-nación.
5. La escultura pública, como anota Natalia Majluf en
referencia a Lima, era una forma de construir un espacio público, reclamando
las calles y plazas para el Estado y la Nación.[3]
El monumento cívico también secularizaba al espacio urbano, convirtiendo a las
antiguas plazas y edificios en lugares de recordación de la historia
republicana. En el caso de Quito, se mantenían los antiguos recorridos y
circuitos rituales, pero sobre éstos se construía una nueva red de
significados. Como señala la misma Majluf, por otro lado, la escultura pública
se hizo presente en la segunda mitad del siglo diecinueve cuando comenzaba a
tomar forma la noción de esfera pública.[4] A diferencia de lo sucedido en Europa,
añade la autora, la opinión pública en el Perú no necesariamente comprendía a
una amplia sociedad civil, sino más bien a las clases dominantes que mantenían
fuertes vínculos con las autoridades de gobierno.
6. Algo similar ocurre en el Ecuador. Si bien la escultura
pública y la conmemoración cívica apelan a una amplia audiencia, es claro que
éstas construyen una memoria oficial que de una u otra manera se opone a la
memoria viva y a la práctica social. Un debate sobre el rediseño urbano y la
construcción de monumentos públicos se ventila a través de medios impresos; no
obstante, en el diálogo intertextual reconocemos la voz de una minoría
intelectual y política que ignora a la gran mayoría de la población nacional.
Muchos de los medios impresos tienen una circulación limitada; se trata de
revistas que se publican con poca frecuencia y que al cabo de unos pocos
números desaparecen, lo que habla del limitado número de lectores. Muy
frecuentes son las hojas volantes, financiadas por individuos o corporaciones
particulares, que muchas veces se utilizan para articular debates públicos, con
frecuencia en torno al diseño y ornato de las ciudades, como veremos más
adelante. Más peso tienen las publicaciones oficiales, como son la revista El
Municipio, en Quito, o los periódicos de diferentes gobiernos, entre ellos El
Nacional y El Diario.
7. En este punto, es necesario aclarar por qué es importante
hablar de las conmemoraciones que se realizan en el Ecuador, y particularmente
en Quito, en honor al Mariscal Antonio José de Sucre. El militar venezolano fue
reconocido como “padre de la patria” ecuatoriana a fines del siglo diecinueve,
al punto de que se bautizara a la moneda local con su nombre. Después de
liderar al ejército patriota en la Batalla de Pichincha, la última gran
contienda militar que aseguró la emancipación de la región, la figura de Sucre
era probablemente menos localista que la de otros próceres ecuatorianos, como
eran el guayaquileño Olmedo, o los quiteños Montúfar, Larrea o Espejo. Al igual
que en el Perú, las figuras heroicas del pasado precolombino no tuvieron mayor
importancia en la construcción de la identidad de la nación ecuatoriana durante
la segunda mitad del siglo XIX esto con excepción de figuras anónimas que
personificaban a la patria americana, como veremos en relación a la primera
estatua erigida en honor a Sucre. Un último punto de importancia tiene que ver
con la relevancia que adquirió el asesinato de Sucre, tanto en Ecuador como en
Colombia, en la articulación de los conflictos y contradicciones políticas
durante el primer siglo de vida republicana. Como es bien sabido, Juan José
Flores, primer presidente del Ecuador, tantas veces retratado como un tirano
por gobiernos posteriores, fue acusado por sus detractores del asesinato de
Sucre. El mismo argumento fue retomado con fuerza por el liberalismo de Eloy
Alfaro (1895-1901 y 1906-1911), también como estrategia de ataque contra sus
opositores, y muy particularmente contra el gobierno progresista de Antonio
Flores Jijón (1888-1892), hijo del anterior presidente.
La ciudad como enclave de la memoria
8. En parte por los escasos recursos del estado, en parte
por la azarosa vida política del Ecuador durante el siglo diecinueve, la
escultura conmemorativa no aparece sino hasta fines de la década de 1880, bajo
los gobiernos progresistas. La primera estatua en honor a Antonio José de Sucre
se diseña precisamente en este contexto [Figura 2].[5] El escultor español José González
Jiménez, quien había llegado a Quito para trabajar en el Conservatorio de
Bellas Artes, se ofreció para realizar un monumento en honor al héroe. Como ha
señalado Ángel Justo Estebaranz en un artículo reciente, el escultor español
firmó un contrato con el Municipio de Quito y recibió financiamiento del
Ministerio del Interior.[6] No obstante, el proyecto también contó
con el apoyo económico de mecenas privados, entre los que destacaban
distinguidas damas de la sociedad quiteña.[7]
9. Los bocetos de la escultura se modelaron primero en
arcilla plástica y luego en yeso; la escultura final se trabajaría en traquita,
“piedra de masa magnífica y tan blanca como el mármol”, como argumentaban sus
patrocinadores.[8] Por desacuerdos irresolubles entre las
partes, sin embargo, González Jiménez no llevó a cabo su comisión y abandonó el
país. El modelo en yeso, que mostraba a Sucre de pie sobre un león, abrazando a
una mujer indígena en personificación de la patria, fue hallado años más tarde
en una tienda. Plácido Caamaño, entonces presidente del Ecuador, lo adquirió
con fondos personales y lo colocó en la galería exterior del recientemente
construido Teatro Nacional Sucre.
10. La escultura, no obstante, fue objeto de una acalorada
controversia, y de un largo debate que ocupó a la opinión pública a nivel
nacional. La disputa inició cuando el ministro español en Quito, Manuel
Llorente Velásquez, presentó su reclamo al gobierno ecuatoriano por
considerarse que la estatua ofendía a España, al mostrar al “león ibero
jadeante y moribundo bajo las plantas de Sucre”.[9]
Accediendo al pedido del ministro español, el mismo Caamaño, con el apoyo de la
Municipalidad de Quito, mandó mutilar la estatua, sacando “al león de la
opresión en que yacía”.[10] Este gesto generó posiciones encontradas
entre políticos e intelectuales de Quito, Guayaquil y Ambato. Entre ellas, la
más notable fue la del escritor ambateño Juan León Mera, quien años más tarde
seguía cuestionando esta decisión. En ausencia del león, decía Mera, “la figura
de Sucre tiene bastante de vulgar y de ridículo: es un militar muy bordado y
lleno de condecoraciones en actitud de enamorar y acariciar a una india tímida
y acobardada”.[11]
11. Tras el fracaso de este primer proyecto, el gobierno
buscó soluciones que claramente dejaban de lado el discurso patriótico y
apasionado de la escultura de González Jiménez. Y es que el progresismo de la
década de 1880 estaba más interesado en mostrar al Ecuador como una nación
moderna y cosmopolita, más que anclada en los rencores del pasado colonial. De
hecho, es notorio que durante este período las celebraciones cívicas hayan
estado acompañadas de exposiciones nacionales que incentivaban y publicitaban
el desarrollo industrial de la nación, a la vez que preparaban al país para su
participación en las grandes exposiciones universales, de Madrid y Chicago, en
1892 y 1893, respectivamente.[12] Un ejemplo de este cambio también se
hace evidente en la portada de la revista El Municipio, publicada el 10
de Agosto de 1890, en conmemoración del Primer Grito de la Independencia [Figura 3].
12.
La página
está coronada por un magnífico cóndor con sus alas desplegadas. En el centro se
encuentra el globo terráqueo, en donde se observa a Sudamérica, los límites
nacionales claramente definidos. Sobre el globo se distinguen las
personificaciones de tres continentes, Asia distante a un costado, y Europa y
América, de pie sobre el Ecuador. Hacia ellas desciende Niké, ataviada en
atuendo militar y llevando en sus manos la pica y el gorro frigio. La diosa
griega de la victoria se dispone a colocar sobre la cabeza de Europa una corona
de laurel, sugiriendo que la libertad era su triunfo. De hecho, en el grabado,
es Europa quien rompe las cadenas que sujetan a América, entregándole
simbólicamente su emancipación. Bajo el globo aparecen los escudos de armas de
diferentes naciones sudamericanas. En el extremo izquierdo yace el león
ibérico, dormido pero no jadeante o moribundo, como se mostraba en la escultura
de González Jiménez, mientras que en el lado derecho, desparramados sobre el
piso, se observan a la corona española y el cetro.
13. El cambio más importante que tuvo lugar en la década de
1880 con respecto a la conmemoración cívica iba más allá de una iconografía que
rechazaba la condena violenta a España, y tenía que ver más bien con la
construcción de una memoria colectiva anclada tanto en la geografía de la
ciudad como en el calendario cívico.[13] De hecho, a través de un decreto firmado
en 1888, el Congreso Ecuatoriano reconocía la importancia de rescatar lugares
privilegiados en la topografía urbana.[14] Éstos eran sitios sobre los que se
inscribían eventos singulares de la historia republicana, y que como tales
constituían el soporte de una narrativa nacional. Se resolvía, por ejemplo,
erigir en una de las plazas de la ciudad un monumento dedicado a los héroes del
Primer Grito de la Independencia, el cual no sería construido hasta 1906. En el
mismo decreto se ordenaba colocar placas conmemorativas, la una en el lugar en
donde los patriotas de Quito, que declararon la independencia en 1809, fueron
asesinados un año más tarde. La otra placa se colocó en la casa de Manuela Cañizares,
lugar en donde se reunieron los líderes del movimiento libertario la noche
anterior a la declaración de independencia. En número especial de la revista El
Municipio del año 1890, en el que se recoge la declaración del congreso
escrita dos años antes, se incluye también un grabado de la casa de Cañizares,
fácil de identificar y reconocer por su ubicación, junto a la iglesia de El
Sagrario. En la misma revista aparecen los retratos de figuras heroicas,
Eugenio Espejo y la misma Manuela Cañizares.
14. A través de su divulgación en medios impresos, y de
continuas referencias en la celebración de actos cívicos, tanto los retratos
como los edificios se convertían en logos, imágenes y lugares de fácil
recordación para una amplia audiencia. La imbricación entre lugar y memoria, o
entre geografía urbana y narrativa patria, por otro lado, se sugiere claramente
en otro número extraordinario de El Municipio, de 1889. De acuerdo con
Emilio Terán, autor de un panegírico al inicio de la publicación, la historia
de la nación se inscribía “en la nevada cima del Pichincha, con la sangre de
Cabal, Calderón, Castro, Alzuro, Anrango, Borrero y trescientos más”.[15]
Añade Terán que después de la Batalla de Pichincha, en 1822, se había acordado
erigir una pirámide en el lugar en donde se realizó el hecho histórico, aunque
reconoce que más de medio siglo más tarde, este esfuerzo aún no se había
concretado. Lo más interesante con respecto a este texto es que, para el autor,
la memoria se construía en el encuentro entre la topografía, repositorio de la
historia, y el calendario cívico que permitía su recordación. Así, argumenta
que con la “sangre de los vencedores en Pichincha, ese campo de victoria tan
decisiva está cubierto, más que con malas yerbas, con el ingrato lodo del
olvido, y ni siquiera festejamos el aniversario del gran día que nos dio la
independencia”.[16]
15. Uno de los momentos significativos en la construcción de
la memoria nacional tuvo lugar en 1892. En ese año llega a Quito la estatua de
Sucre, trabajada en bronce por Alexandre Falguiére, siguiendo el diseño
preparado por el arquitecto quiteño Gualberto Pérez [Figura 4]. El monumento
se colocó en la plaza de la iglesia de Santo Domingo, denominada desde entonces
Plaza de Sucre. La simpleza y sobriedad del monumento aparentemente no
complacieron a todos los habitantes de Quito, tal vez porque la escultura en sí
no contaba una historia. De hecho, la narrativa se contenía en los relieves que
adornaban el pedestal. En dos de ellos se mostraba a Sucre liderando las
batallas de Ayacucho y del Pichincha, mientras que en el tercero se
representaba la apoteosis del mariscal. Por un lado, los detractores
argumentaban que la estatua mostraba a Sucre “como un signo convencional: no se
parece al General Sucre. La actitud no es elegante ni artística, sino bastante
forzada”.[17] Sus defensores, por otro lado, señalaban
la estrecha conexión entre el monumento y la geografía heroica de la ciudad.
16. En 1846, un decreto de la convención nacional reconocía a
Sucre como el principal caudillo de la independencia ecuatoriana. Aquí se
señalaba por primera vez la relación entre su gesta heroica y la topografía
local, al proponer la construcción de un mausoleo que debía servir no solo para
honrar su memoria, sino la de un lugar privilegiado en la historia nacional.
Según el texto del decreto, su tumba debía erigirse “en las faldas del
Pichincha, en el Panteón de San Diego de la capital”.[18]
Un argumento similar se emplea en 1892 con respecto a la recientemente
inaugurada estatua del mariscal.
17. En el discurso de inauguración del monumento, Emilio
Terán afirma en tono apologético que, si bien “algunos habrían preferido verlo
en el fuego del combate, mostrando a sus tropas el camino de la victoria”, el
artista había optado por una representación más sobria, digna de una plaza
pública.[19] “Su actitud marcial, tranquila y
resuelta, demuestra su carácter valeroso, a la vez que firme y sereno”, se
afirma en el discurso. Terán también argumenta que puesto que el Mariscal Sucre
había sido “vencedor en innumerables campos de batalla, no debía singularizarse
solo en el de Pichincha”. Sin embargo, en el mismo discurso se resalta la
conexión entre la escultura y el espacio urbano. Más allá de su importancia
como retrato de un personaje ejemplar, se señala la capacidad del monumento
para articular una geografía sagrada sobre la que se teje una narrativa
histórica. “El Mariscal Sucre está representado de pies”, se argumenta en el
discurso, dando una orden de Batalla. Se añade entonces que “mira al Pichincha,
viejo testigo de una de sus más grandes victorias”. El argumento del discurso
pronunciado por Terán encuentra eco en el cuadernillo impreso que narraba los
eventos que rodearon a la inauguración de la escultura de Sucre. Citando un decreto
del Concejo Municipal de Quito, se sugiere que la estatua debía encarnar tanto
a la historia como a la topografía sagrada. Efectivamente, de acuerdo al
decreto, “el pedestal debía ser de traquita, extraída de las faldas del
Pichincha, campo de la victoria del 24 de mayo de 1822”.[20]
18. Al monumento de Sucre le siguieron otros que marcaban el
espacio urbano y contribuían a construir una red de lugares de la memoria,
articulada por medio de la celebración de rituales cívicos. En 1906 se erigió
el monumento a la independencia.[21] En 1922, para conmemorar el centenario
de la batalla de Pichincha, se levantó el monumento a los héroes ignotos en la
moderna Avenida 24 de mayo, un bulevar recientemente construido sobre el
relleno de la antigua Quebrada de Jerusalén, en el lado sur de la ciudad.[22]
También en el Pichincha se colocó un obelisco para marcar el lugar en donde se
llevó a cabo la batalla. De manera paralela, en el norte se construyó el Parque
de Mayo, en lo que era anteriormente el Ejido de la ciudad.
19. Mirando la importancia concedida a los espacios públicos
como lugares de recordación, surge la interrogante sobre el significado que se
otorga al cuerpo de Sucre, una aparente anomalía en la ciudad moderna, en el
cambio de siglo. Más sorprendente aún es el hecho de que, a pesar de que se
trata de una conmemoración promovida por el liberalismo, ésta emplea de manera
deliberada estrategias de la cultura barroca con el fin de conmover y convencer
a los habitantes de la ciudad.
Los restos de Sucre en disputa
20. Después de la muerte de Sucre, en 1830, sus restos fueron
trasladados a Quito. Presuntamente fueron enterrados en la iglesia de San
Francisco, en donde la familia de la marquesa de Solanda, su esposa, poseía una
bóveda. Hasta entrado el siglo veinte, no se construyó un mausoleo adecuado
para conmemorar la muerte de Sucre. No obstante, a lo largo del siglo
diecinueve, sus reliquias ocuparon un lugar protagónico en el imaginario
nacional, encontrándose en el centro de negociaciones diplomáticas entre
Ecuador y Venezuela, por un lado, y articulando disputas de la política interna
del país, por el otro.
21. A lo largo del siglo diecinueve dos países habían
contendido con el Ecuador el derecho a las reliquias de Sucre. Bolivia las
reclamaba en razón de que éste había sido su primer presidente; Venezuela lo
hacía por la lógica razón de que era el lugar de nacimiento del héroe. [23]
Con respecto a Bolivia, como era de esperarse, el congreso ecuatoriano
respondió con una negativa. Los argumentos de Venezuela, sin embargo, no eran
tan fáciles de refutar.
22. En dos ocasiones, Venezuela había solicitado al gobierno
ecuatoriano apoyo para exhumar los restos del Mariscal de Ayacucho, con el fin
de trasladarlos a territorio venezolano. El primer intento tuvo lugar en 1876,
cuando un enviado especial del gobierno venezolano visitó el convento e iglesia
de San Francisco de Quito, en donde presumiblemente Sucre había sido sepultado.
Estos esfuerzos, sin embargo, no trajeron resultados positivos, pues no se
logró encontrar su tumba. No dejaba de sorprender al enviado especial de
Venezuela el descuido con que el Ecuador había tratado a las cenizas del gran
héroe.
23. Un segundo reclamo se llevó a cabo en 1894; se buscaba
trasladar los restos de Sucre al Panteón Nacional de Venezuela con motivo del
centenario del nacimiento del héroe, que se iba a celebrar un año más tarde.[24]
Este deseo se vio avivado por el presbítero español Pablo Moreno quien, en una
carta dirigida al presidente venezolano en agosto de 1894, argumentaba conocer
el lugar exacto en donde se encontraban las reliquias, en el convento de San
Francisco de Quito. En respuesta a esta carta, el Doctor Antonio José de Sucre,
sobrino del Mariscal de Ayacucho, fue nombrado Encargado de Negocios de
Venezuela en Ecuador, con el fin de que realizase las averiguaciones y
gestiones pertinentes. Como era de esperarse, Moreno no tenía la información prometida;
después de una confusa cadena de testimonios tomados de los religiosos del
convento franciscano, finalmente se admitió que los restos estaban
irremediablemente perdidos.
24. Es interesante señalar, sin embargo, que a más de la
ineptitud de los franciscanos, la misión venezolana debía enfrentarse a la
velada resistencia del gobierno ecuatoriano, que a la larga se habría opuesto a
autorizar el traslado de las reliquias de una figura a quien había adoptado
como héroe nacional. Esto nos lo sugiere una carta enviada al Dr. Sucre por
Pablo Herrera, en ese entonces ministro de Relaciones Exteriores. En ella se
argumenta que las investigaciones solo confirmarían la imposibilidad de
encontrar los ansiados restos; para Herrera, era un “designio providencial el de
que reposen ellos para siempre en tumba ecuatoriana”. Añade Herrera que la
“voluntad expresa, pues, del vencedor de Pichincha y el amor con que el pueblo
emancipado por él lo consideran como a padre de su libertad, sería, me avanzo a
presumirlo, grave obstáculo para que mi Gobierno consintiese en despojar a su
patria de la valiosa posesión de los restos que afanado busca, si al cabo
tiene, no sé si pueda decir, la ventura de encontrarlos”.[25]
25. A más de la polémica internacional, silenciada una vez
que Venezuela admitió que el cuerpo de Sucre había desaparecido de manera
definitiva, los restos del Mariscal de Ayacucho sirvieron para articular los
innumerables conflictos que caracterizaron a la política ecuatoriana del siglo
diecinueve. El hecho de que no se les hubiese construido un mausoleo adecuado
se debía, precisamente, a las pugnas de los primeros años de vida republicana.
En una carta escrita por la Marquesa de Solanda a Jerónimo Sucre, su cuñado,
ella afirma que las reliquias reposaban en el convento de San Francisco, y que
se las iba a colocar en “un túmulo bastante suntuoso que se iba a fabricar, y
se suspendió por tanta ocurrencia política, que nos ha tenido en continuo
sobresalto”.[26] La Marquesa de Solanda se refiere a la
agitada vida política del país bajo el primer gobierno de Juan José Flores, a
quien sus opositores acusaban, además, de haber sido el autor intelectual del
asesinato de Sucre.
26. En 1845, Juan José Flores fue derrocado por la rebelión
liderada por Vicente Rocafuerte y Vicente Ramón Roca, este último su sucesor en
la presidencia. En un gesto simbólico, la Asamblea Nacional de 1846 decidió
erigir “un mausoleo en las faldas del Pichincha en el panteón de San Diego de
la capital, en el cual se depositarán los restos del General Antonio José de
Sucre”.[27] De acuerdo a Manuel J. Calle, quien en
1900 escribió una relación sobre el reciente hallazgo de los restos, los
honores que la Asamblea de 1846 esperaba rendir a los restos de Sucre marcaban
el final de un gobierno tiránico y la refundación de la república.
27.
Era como un despertar. La luz de una nueva
aurora bañaba los ámbitos, y en el confín lejano sonreía la Esperanza. La noche
había sido larga y tempestuosa: el dolor, durante ella, había desgarrado las
almas, y la vergüenza enrojecido las mejillas de toda una generación de
esclavos. A lo largo de las costas, en las altas planicies de la Cordillera, en
las calles de las ciudades y en el desamparo de los bosques había corrido un
torrente de sangre: sangre de ciudadanos, sangre de héroes, sangre de viejos
conquistadores de la Libertad, y los horizontes tenebrosos quince años
estuvieron llenos del clamor de las víctimas y de los rugidos de la impotencia.
28.
Pero llegó una hora, y la luz fue hecha.[28]
29. El liberalismo de Eloy Alfaro, en el poder en 1900, era
comparable, según Calle, con el período de paz que siguió al derrocamiento de
Juan José Flores. En referencia al gobierno de Antonio Flores Jijón
(1888-1892), hijo de Juan José Flores, y de otros presidentes progresistas de
la época, afirma que sería inexcusable que los "descendientes de
Caín", los "hijos y discípulos del victimario", honrasen la
tumba de Sucre. Por ese motivo, reconocía "la ley providencial de la
historia" que había permitido que los restos fuesen hallados durante el
gobierno de Alfaro.[29] En abril de 1900, un mes antes de la
conmemoración en homenaje a la Batalla de Pichincha, finalmente se encontraron
los supuestos restos, un secreto que durante años había guardado una amiga
cercana de la marquesa de Solanda, esposa de Sucre. Engañando a los religiosos
de San Francisco, en donde se colocó un ataúd con adobes, los restos de Sucre
se habían enterrado en la iglesia del Convento del Carmen Moderno de la ciudad,
se argumenta entonces.[30]
Las reliquias de Sucre: la historia que se inscribe en el
cuerpo
30. Los restos del Mariscal Sucre, una vez encontrados,
fueron sometidos a un riguroso examen forense dirigido por profesores de
medicina de la Universidad Central del Ecuador, con el propósito de comprobar
su autenticidad. Efectivamente, de acuerdo a las conclusiones de la facultad de
medicina, los huesos pertenecían a un solo individuo, de sexo masculino, que
había fallecido entre los treinta y los cuarenta años de edad. A partir de las
dimensiones de los huesos, se sugería la talla aproximada del sujeto. Los
depósitos de sales que cubrían los huesos, así como su fragilidad, por otro
lado, hacían suponer que éste no era un entierro reciente. Lo que es aún más
importante, pues se trataba de una evidencia irrefutable, el examen
proporcionaba información minuciosa sobre la naturaleza de las heridas que
mostraba el cráneo, que coincidían con las que recibió Sucre. Se hablaba de la
lesión en la región temporal derecha, que "debió ser producida por un
proyectil esférico de arma de fuego, que hirió el cráneo en dirección de una
tangente, produciendo una fractura por hundimiento de un parietal". Las
lesiones en el cráneo, además, guardaban "perfecta conformidad […] con las
desgarraduras que se encuentran en el sombrero que llevaba la víctima el día
del horroroso crimen".[31]
31. A la exhumación y análisis de los restos de Sucre, le
siguió una elaborada ceremonia de honras fúnebres, que hacía uso de diversas
estrategias propias de la fiesta barroca.[32]
A partir del 29 de mayo de 1900, y durante 7 días consecutivos, se organizaron
diferentes eventos, comenzando con la capilla ardiente que se levantó en el
Convento del Carmen Moderno, y el traslado de los restos hasta la Catedral de Quito.
Participaron las autoridades civiles, las órdenes religiosas, representantes de
la universidad, colegios y escuelas, de la prensa y del cuerpo diplomático, y
de los cuerpos profesionales y gremios de artesanos. Cerraba el cortejo un
caballo ensillado con la montura de Sucre, seguido por el ejército.
32. La procesión funeraria recorrió los puntos más
importantes de la ciudad, en donde se colocaron cinco catafalcos. Sobre ellos
debía descansar la urna funeraria "mientras se hagan las pozas por las
comunidades" adornados con arcos del triunfo efímeros. También a lo largo
del recorrido, se erigieron arcos triunfales, dos de ellos en la Plaza de la
Independencia, a ambos costados del Palacio de Gobierno. En el primero, que
imitaba al bronce, se levantaban columnas de estilo dórico. En los dos frentes
se observaban escudos nacionales rodeados de coronas. El segundo, que imitaba
al mármol, mostraba en la parte superior el carro de la Victoria, tirado por
cuatro caballos; en los costados se exhibían las banderas de las cinco naciones
liberadas por Bolívar. El último arco, ubicado en la plaza de Bolívar, había
sido construido por los guayaquileños residentes en Quito. De acuerdo a las
notas periodísticas de la época, éste era imitación del Arco del Triunfo de París.
33. Los catafalcos que permitían a las organizaciones civiles
rendir homenaje a los restos de Sucre, así como los arcos triunfales por los
que pasaba el cortejo, reforzaban la presencia del cuerpo del Mariscal de
Ayacucho como objeto de veneración. De manera paralela, a través de los medios
impresos, se difundían noticias sobre esta celebración. Insistentemente, y de
manera explícita, también se diseminaban imágenes y descripciones de sus huesos
a través de fotografías, revistas y periódicos.
34. A pesar de que existe un diálogo entre las diferentes
fotografías, bocetos y pinturas de los restos de Sucre, podemos observar
ligeras variantes, que a su vez sugieren propósitos diferentes. Las fotografías
que se guardan en archivos, y que probablemente tuvieron una circulación
restringida, incluyen a la facultad de medicina de la universidad. En ellas, el
protagonismo lo tiene el trabajo científico, que sirve para legitimar la
autenticidad de las reliquias [Figura 5]. Las fotografías que ilustran las
revistas, por otro lado, se concentran en la representación de los huesos, en
ocasiones tratando de encontrar un paralelo entre el simulacro de Sucre y su
presencia. Éste es el caso de las ilustraciones en la Revista Quito, en
donde el retrato de perfil del Mariscal de Ayacucho aparece junto a sus restos
[Figura 6].[33]
La imagen, de esta manera, parecería ratificar la autenticidad de las
reliquias.
35. El óleo ejecutado por Pinto, al igual que un dibujo sobre
papel del mismo autor, son un caso aparte [Figura 7]. Como ha
señalado Eduardo Maldonado Haro, el dibujo y el óleo coinciden exactamente en
sus dimensiones y perspectiva, lo que nos hace pensar que se relacionaban
mutuamente como copia y original.[34] Por lo general, Pinto ejecutaba dibujos
preparatorios en papel, que después calcaba a otro soporte. Esto lo evidencia
la línea de impronta que se aprecia en muchos dibujos del autor, y que
resultaba de la presión que se ejercía sobre el papel al trasladar el diseño al
lienzo, al metal o a la madera. Como anota Maldonado Haro, sin embargo, la
impronta está ausente en el dibujo del cráneo de Sucre, lo que sugiere que éste
no era un boceto preparatorio anterior al lienzo, sino todo lo contrario. Es
posible que la pintura en óleo haya sido el modelo para este dibujo, y que haya
sido reproducida en otras ocasiones, incluso a través de grabados. Al respecto,
es importante señalar que, repetidamente, la revista El Municipio habla
de los retratos litográficos de próceres de la independencia, ejecutados por
Joaquín Pinto y por José M. Proaño.[35] Más aún, en el programa de los festejos organizados
en 1889 por el Concejo Municipal de Quito, en conmemoración del 10 de Agosto,
se señala entre las actividades que se "echarán a volar los retratos de
algunos héroes de la emancipación […] obra de los Sres. Joaquín Pinto y José
María Proaño".[36] Al igual que estos retratos
litográficos, distribuidos de manera masiva entre los asistentes a la
celebración del 10 de Agosto, la reproducción del cráneo de Sucre, a partir del
lienzo, habría sido una manera de difundir la devoción al héroe.
36. El sello del Intendente General de Policía es también un
punto a considerar. Sabemos que durante la exhumación de los restos de Sucre y
durante el examen forense los médicos de la facultad de medicina estuvieron
acompañados por el Intendente General de Policía y por el Escribano Público del
Cantón Quito.[37] Es decir, el análisis de los restos
debía ser debidamente (entiéndase legalmente) registrado y notariado.
Igualmente relevante es la precisa fecha de ejecución, viernes 4 de mayo de
1900, que se inscribe en el lienzo. El examen médico inició el día 24 de abril
de 1900, pero el informe perito no se entregó sino hasta el 7 de mayo del mismo
año. Esto nos hace pensar que, al igual que los miembros de la facultad de
medicina de la Universidad Central, Pinto tuvo el cráneo ante sus ojos y que la
pintura resultó de un detenido estudio de los restos de Sucre. Los sellos que
de manera prominente se muestran sobre el lienzo, al igual que la cuidadosa
fecha, nos hacen pensar en la importancia de la obra como parte de este proceso
legal de autentificación de las reliquias.
37. Finalmente, es interesante reflexionar sobre la intención
del artista al limitar la atención del espectador, eliminando mucha de la
información (como era la de los otros huesos del cuerpo) que estaba presente en
las fotografías que circularon en medios impresos. Como resultado, tanto en el
boceto como en el óleo, el cráneo lacerado de Sucre se convierte en objeto de
contemplación, despertando en el espectador un sentimiento no muy diferente del
que generaban las reliquias cristianas que se exhibían en los altares de las
iglesias. La herida por donde penetró la bala se muestra como evidencia del
martirio de Sucre, como ejemplo de su virtud y entrega. Al mismo tiempo, es un
recordatorio continuo de la mano que lo asesinó.
38. El ritual que se había organizado en torno a la
veneración de Sucre en 1900, así como las múltiples imágenes de sus restos,
difundidas de manera pública y expedita, recuerdan a las conmemoraciones
cívicas que se realizaron en la república francesa un siglo antes.[38]
Después de la revolución francesa, y particularmente bajo el consulado, como ha
señalado Suzanne Glover Lindsay, los cuerpos de los mártires y heridos (las
heridas y amputaciones de los inválidos) se exhibían como un ejemplo de su
patriotismo. A través de lo que Lindsay llama “evidencia carnal de la Francia
moderna”, se buscaba crear un sentido de unidad, a la vez que se identificaba
un enemigo común. En la Francia napoleónica, el enemigo común era
Inglaterra; para el liberalismo ecuatoriano, el enemigo común que se
había construido en torno a las reliquias de Sucre no era la monarquía
española, sino los gobiernos anteriores, herederos de Juan José Flores.
Comentarios finales
39. En su discurso pronunciado en 1890 durante la
conmemoración de la Batalla de Pichincha, Emilio Terán establece una distinción
entre el héroe y el mártir: “el deseo de una futura gloria, hace el héroe;
sacrifícase éste, y la patria cuenta entre sus hijos un mártir más”.[39]
En el Ecuador del siglo diecinueve, Sucre encarna a la figura del héroe y a la
del mártir. Si la escultura pública y el espacio urbano lo recordaban como
líder de los ejércitos patriotas en la batalla de Pichincha, el descubrimiento
de los restos de Sucre en 1900 dio paso a una reinvención de su papel
histórico. Los rituales que se organizaron entonces y las imágenes que
circularon a través de diferentes medios no buscaban contar una gesta heroica;
las acciones que Sucre había realizado en favor de la independencia de los
pueblos americanos, y de Quito, en particular, estaban ahora ausentes. Removido
de la narrativa inscrita sobre la topografía local, el héroe de la emancipación
se había convertido en el mártir del joven republicanismo.
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______________________________
[1] Universidad San Francisco de Quito.
[2] NORA, Pierre. Between
Memory and History: Les Lieux de Memoire. Representations, University of
California Press, No. 26, Special Issue: Memory and Counter-Memory, Primavera,
1989, pp. 7-24.
[3] MAJLUF, Natalia. Escultura
y espacio público. Lima, 1850-1879. Lima: Instituto de Estudios Peruanos,
1994, 9.
[4] Majluf se refiere a la
definición de Habermas sobre esfera pública, como un espacio para el debate de
asuntos generales que separa a la sociedad civil del estado. Ibidem, p.
17. Para una discusión sobre la relación entre escultura pública y ceremonias
conmemorativas en el Ecuador, durante las últimas décadas del siglo diecinueve,
véase KENNEDY-TROYA, Alexandra Kennedy y FERNANDEZ-SALVADOR, Carmen. El
ciudadano virtuoso y patriota: notas sobre la visualidad del siglo XIX en
Ecuador. Ecuador: Tradición y Modernidad. Madrid: SEACEX, 2007,
pp. 48-49.
[5] Detalles sobre el
diseño de esta primera escultura se recogen en La Estatua de Sucre.
Quito: Imprenta de La Nación y Cía., 1892.
[6] JUSTO ESTEBARANZ,
Ángel. José González Jiménez y el monumento a Sucre en Quito. SEMATA,
Ciencias Sociales e Humanidades, Universidad de Santiago de Compostela, 24,
2012, pp. 395-413.
[7] La estatua..., p. 9.
[8] Ibidem, p 8.
[9] Ibidem, p. 10.
[10] Idem.
[11] MERA, Juan León. La
Estatua de Sucre. Ambato: Imprenta de Salvador S. Porras, 1886, 2.
[12] Sobre la visión
progresista del país y la participación del Ecuador en las exposiciones
mundiales véase MURATORIO, Blanca. Nación, Identidad y Etnicidad: Imágenes de
los indios ecuatorianos y sus imagineros a fines del siglo XIX. Imágenes
e imagineros: representaciones de los indios ecuatorianos, siglos XIX y
XX. Quito: FLACSO, 1994, pp.109-196.
[13] Varios autores han
señalado cambios en las estrategias conmemorativas de diferentes naciones
latinoamericanas a lo largo del siglo diecinueve, en respuesta a las
preocupaciones de las élites. En diversas naciones podemos reconocer un proceso
relativamente homogéneo, que va desde la reivindicación del pasado indígena, en
un momento temprano del republicanismo, hasta la exaltación de figuras locales,
en su mayoría próceres aunque ocasionalmente hay también espacio para
conquistadores como Pedro de Valdivia en Chile. Particularmente después de
1860, el monumento aparece con fuerza en las principales ciudades
latinoamericanas, como México, Buenos Aires, Santiago o Lima. Quito no es la
excepción, aunque la escultura pública se hace presente aquí un poco más tarde
que en otros lugares. Véase por ejemplo BURUCÚA, José Emilio Burucúa; CAMPAGNE,
Fabián Alejandro. Mitos y simbologías nacionales en los países del cono sur.
ANNINO, Antonio; GUERRA, Francois-Xavier (eds.) Inventando la nación: Iberoamérica.
Siglo XIX. México: Fondo de Cultura Económica, 2003, 433-474 y EARL Rebecca. Sobre Héroes y Tumbas: National Symbols in Nineteenth-Century Spanish
America. Hispanic American Historical Review, Duke University
Press, 85, 3, 2005, pp. 375-416.
[14] Citado en El
Municipio. Número
Extraordinario. Quito, Imprenta y Litografía de la Novedad, 10 de Agosto de
1889, p. 8.
[15] Emilio Terán. El 24 de
Mayo. El Municipio. Número Extraordinario, Quito, 24 de mayo de 1890, p.
3.
[16] Ibidem, p. 4.
[17] La Estatua de Sucre..., p. 10.
[18] Citado en La Sanción.
Número Extraordinario, Quito, 4 de junio de 1900, p. 4.
[19] Citado en Diario
Oficial. Número Extraordinario, Quito, agosto de 1892, pp. 24-25.
[20] Inauguración de la Estatua del
Mariscal D. Antonio José de Sucre en Quito el 10 de Agosto de 1892. Quito:
Imprenta del Clero, [1892], p. 103.
[21] Sobre la inauguración
del monumento a la independencia véase Patria Inmortal. Quito:
Imprenta de Jaramillo y Compañía, 1906.
[22] Sobre la conmemoración
del centenario de la Batalla de Pichincha, véase BARRERA, Isaac. Relación
de las Fiestas del Primer Centenario de la Batalla de Pichincha, 1822-1922.
Quito: Talleres Gráficos Nacionales, 1922.
[23] Detalles sobre esta
disputa se recogen en SÁNCHEZ, Manuel Segundo. Los restos de Sucre.
Caracas: Litografía del Comercio, 1918.
[24] Los detalles sobre el
engaño del presbítero Moreno, y la inútil búsqueda del presbítero Antonio José
de Sucre de los restos de su pariente, se recogen en una serie de documentos
publicados en Quito por la legación diplomática venezolana. Véase Restos del
Gran Mariscal de Ayacucho: Documentos publicados por la legación de Venezuela.
Quito: Tipografía Salesiana, 1895.
[25] Ibidem, p. 26.
[26] SÁNCHEZ, Op. cit,
p. 22.
[27] Citado en La Sanción.
Número Extraordinario, Quito, 4 de junio de 1900, p. 4.
[28] Ibidem, pp. 2-3
[29] Ibidem, p. 4
[30] Reportaje a la Señora
Rosario Rivadeneira. El Diario. Edición dedicada al Gran Mariscal de
Ayacucho. Quito, mayo 24 de 1900, p. 17.
[31] Ibidem, s.p.
[32] Los detalles sobre el
funeral de Sucre se presentan en El Diario. Edición dedicada al Gran
Mariscal de Ayacucho. Quito, mayo 24 de 1900, s.p. Otras publicaciones
presentan fotografías de la capilla ardiente en el Carmen Moderno, así como de los
arcos del triunfo que se colocan en puntos estratégicos de la ciudad. Véase por
ejemplo La Sanción. Número Extraordinario, Quito, 4 de junio de 1900, 7,
11, p. 15; Quito: Quincenal ilustrado de artes y letras, Quito, 15 de
junio de 1900, xxxiv.
[33] Véase La Sanción.
Número Extraordinario, Quito, 4 de junio de 1900, p. 19 y Quito:
Quincenal ilustrado de artes y letras, Quito, 15 de junio de 1900, xxiii.
[34] MALDONADO HARO,
Eduardo. Un acercamiento a la técnica de Joaquín Pinto. Joaquín Pinto.
Crónica Romántica de la Nación. Quito: Centro Cultural Metropolitano, 2011,
pp. 90-91.
[35] Véase por ejemplo El
Municipio. Publicación Municipal, V, 80, Quito, 2 de Diciembre de 1889, p.
1 y El Municipio. Publicación Municipal, VI, 88, Quito, abril 18 de
1890, p. 1.
[36] Programa de los Festejos
y Actos Públicos con que El Concejo Municipal de Quito celebrará el 80
aniversario del 10 de agosto de 1809, 1889.
[37] Véase El Diario.
Edición dedicada al Gran Mariscal de Ayacucho. Quito,
mayo 24 de 1900, s.p.
[38] LINDSAY, Suzanne
Glover. Mummies and Tombs: Turenne, Napoléon, and Death Ritual. The Art Bulletin, 82, 3, Sept. 2000, pp. 476-502.
[39] TERÁN, Op. cit.,
p. 4.