Las otras. Presencia de lo oriental, lo
afroamericano y lo indígena en la representación de mujeres en la prensa
periódica ilustrada argentina de las primeras décadas del siglo XX
Julia Ariza [1]
ARIZA,
Julia. Las otras. Presencia
de lo oriental, lo afroamericano y lo indígena en la representación
de mujeres en la prensa periódica ilustrada argentina de las primeras décadas del siglo XX. 19&20, Rio de Janeiro, v. X, n. 1, jan./jun. 2015. https://www.doi.org/10.52913/19e20.X1.10a [English]
* * *
1. Entre los factores que transformaron la fisonomía de la
cultura argentina en el paso del siglo XIX al XX, al ritmo de la
modernización y el aluvión inmigratorio, sería difícil exagerar la importancia
de la prensa periódica ilustrada. En las primeras décadas del siglo, esta no
sólo se diversificó para cubrir distintos segmentos de un público lector que se
expandía gracias a las reformas educativas y al entrenamiento en la lectura que
su propia circulación desencadenaba, sino que complejizó sus funciones
sociales. Más aún, el desembarco (ligado a ella) de nuevas tecnologías de
reproducción de imágenes estimuló la proliferación de contenidos visuales que
inauguraron un nuevo capítulo para la cultura visual argentina.[2] Dentro
del vasto conjunto de imágenes impresas que definieron esa cultura visual, las
representaciones de mujeres ocupan un lugar significativo por su abundancia,
yuxtaposición y diversidad, a tal punto que debemos abordarlas no ya como
documentos acerca de una condición femenina esencializada
y ahistórica sino como síntomas de los conflictos que traía consigo la
transformación de los roles socialmente admitidos para las mujeres a la vuelta
del siglo. Pero ¿qué funciones concretas cumplían esas imágenes? ¿Qué
tradiciones iconográficas las atravesaban y qué operaciones de sentido
propiciaban en su acumulación masiva? Más aún, ¿qué nos dicen acerca de la
sociedad en la que circularon y de sus transformaciones?
2. Con estos problemas en mente, en trabajos anteriores he
examinado el modo en que la tradición clásica permeó los retratos de mujeres de
la alta burguesía que aparecieron como secciones estables en muchas revistas
porteñas, y argumenté que en ellos ciertos recursos asociados difusamente al
clasicismo cumplían la función ideológica de posicionar a esas mujeres como
representantes civilizadas (y civilizatorias) no sólo de su grupo social sino
también de la nación argentina, que atravesaba en el cambio de siglo un proceso
de redefinición de su cultura nacional. La piel blanca, las extremidades
alargadas y finas, la mirada baja o perdida, la pose lánguida y el pelo claro y
lacio recogido con soltura, combinados con determinadas vestimentas y
estrategias de composición, recreaban repetidamente en esos retratos un ideal
de belleza inspirado en una larga tradición occidental que aplicada al caso
argentino era también, en relación con la composición étnica de buena parte de
la población, ficcional.[3] Sin embargo, ese ideal debe entenderse no sólo en
términos de apariencia sino también de disciplinamiento,
en el sentido de que sus componentes refieren, en razón de su filiación
clásica, a la virtud y al decoro que, encarnado en las retratadas, se proponía
a través de ellas como deseable para todas las mujeres argentinas.
3.
Toda
construcción de un ideal genera, no obstante, sus restos y negativos. Es en
ellos que quisiera centrarme ahora, explorando en cambio contra qué otras
tradiciones que también gravitaban en la cultura argentina de entresiglos se construyó aquel ideal de belleza femenina
que, insisto, no sólo constituía una expresión de deseo relativa a la
apariencia física de las mujeres argentinas sino también respecto de sus
cualidades morales. Desplazaré el foco hacia las representaciones de mujeres en
las que las tradiciones no occidentales juegan un papel central, y en las que
el ideal blanco, helénico, se pone en suspenso o se problematiza. Para esto,
analizaré tres núcleos de representaciones femeninas que se vinculan
diversamente con las tradiciones oriental, afroamericana e indígena/criolla y
que circularon en un conjunto amplio de revistas ilustradas entre fines del
siglo XIX y las tres primeras décadas del siglo XX. Mi objetivo es
identificar las inflexiones que definen la aparición de esas otras tradiciones
en las representaciones visuales de mujeres y examinar cómo se imbricaron con
las políticas de clase y raza en el proceso de construcción de una identidad
nacional argentina, partiendo de la hipótesis de que cada una de esas
apariciones cristalizó diferentes actitudes hacia la otredad que agregaron
matices a aquel proyecto identitario. Mi pregunta de fondo es en qué sentido
las representaciones femeninas, en su articulación con tradiciones no
occidentales, administraron problemas de índole identitaria.
4. En términos metodológicos, conviene aclarar que este
trabajo no se propone como un análisis iconográfico de imágenes puntuales sino
como una reflexión en torno del funcionamiento social de tres conjuntos de
representaciones que, por su reiteración de algunos elementos y referencias
culturales, y por su circulación intensa y acumulativa, permeando publicaciones
diversas y dirigidas a diferentes públicos, contribuyeron a establecer
regímenes de verdad acerca de cierta “feminidad argentina” del período,
acusando también recibo de las transformaciones sociales que irían a
modificarla. Del mismo modo, aclaro que mi intención al encarar en conjunto el
análisis de la presencia de esas tres tradiciones no occidentales en las
representaciones de mujeres no pretende borrar las diferencias que estas tienen
entre sí, ni unificarlas como una única otredad. Esta es, más bien, una
decisión que obedece a la evidencia de que todas esas tradiciones impusieron
una distancia respecto al modelo occidental dominante. Por otro lado, atenderé
al hecho en primera instancia paradójico de que en algunos casos los
repertorios visuales utilizados para consolidar una identidad nacional a través
de representaciones femeninas constituyeron un acervo común a otras naciones no
sólo latinoamericanas sino también europeas e incluso no occidentales en el más
estricto sentido del término, lo que definitivamente instala una pregunta por
la dinámica global-local de los procesos de modernización y construcción de la
nación a la vuelta del siglo.[4]
Lejano, cercano Oriente: las representaciones femeninas
como sitios de colonización
5. ¿Qué significaba ser mujer en la Argentina de entresiglos? Si hablamos de representaciones, y no de
sujetos sociales históricos, podemos ensayar una respuesta a partir de los
incontables textos e imágenes sobre mujeres que pueblan las revistas ilustradas
e instalan al modelo clásico como el régimen de verdad dominante en torno del
signo “mujer”. Pero aun al referirnos a ese régimen de verdad, es preciso
señalar fisuras, ya que el modelo clásico, si bien dominante, no fue el único
modo de representación de las mujeres argentinas. Más aún, esas fisuras
presentan una regularidad propia, entre ellas la moda de inspiración oriental
que encontramos permeando un vasto conjunto de representaciones femeninas a
partir del Centenario, y que consiste en la adopción de tocados y poses
vinculados con mayor o menor evidencia a una idea sobre Oriente de origen
europeo, es decir, a un imaginario orientalista.[5]
6. Pero es necesario distinguir al menos dos vertientes del
fenómeno. Por un lado, una fascinación con Oriente de raigambre literaria y
pictórica que lo propuso como pura otredad y misterio, verificada en la
recuperación de elementos inespecíficamente orientales que en razón de su
circulación intensa por lo menos desde el siglo XVIII significaban la “orientalidad” tal como la imaginaba Europa y, con ella, una
porción de la Argentina. Por el otro, en una segunda vertiente lo árabe se
presentó en su reformulación andaluza a la vez como elemento exótico y como
rasgo cultural característico de cierta identidad española, configurando una
expresión por cierto problemática de orientalismo que, con todo, habremos de
tener en cuenta a la hora de señalar las referencias orientalizantes
que atraviesan no pocas representaciones de mujeres en la prensa.[6] Es
preciso aclarar que ninguna de estas vertientes se articuló con los escasos
registros visuales de la inmigración sirio-libanesa que tenía lugar en el
período,[7] y que en cuanto legítimamente oriental podría haber
modulado las representaciones orientalizantes, lo que
confirma que estas no funcionan como documentos, sino como sitios de
negociación de conflictivos procesos sociales.
7. Las dos formas mencionadas de orientalismo convivieron en
las representaciones femeninas que circularon en las revistas ilustradas: al
tiempo que los tocados de perlas colgantes, los turbantes y las pulseras de
odalisca se volvían accesorios con los que se retrataban las mujeres de clase
acomodada, las imágenes impresas celebraban a las bailaoras de flamenco con sus
mantones de Manila, y las proponían como vestigios sofisticados de una
tradición propia, en sintonía con un hispanismo que rescataba con igual énfasis
las herencias morisca y castellana.[8] Pero si
el orientalismo fue un modo de vincularse con Oriente basado en la experiencia
colonial europea, ¿qué sentido tuvo la moda orientalista en una nación como
Argentina, no sólo colonial sino colonizada por España, que en sí misma tiene
una relación larga y compleja con lo oriental en su formulación andaluza? ¿Cuál
fue la operación cultural subyacente a este fenómeno que, por otro lado,
ocurrió simultáneamente en otros países?[9]
8. Empezaremos por analizar las formas de aparición de ambas
vertientes. A lo largo del relevamiento de algo más de una decena de revistas
en circulación en Buenos Aires durante el período,[10] se
comprueba que la mayor cantidad de representaciones de mujeres adoptando
vestimentas, accesorios o posturas reiterados en la pintura orientalista del
siglo XIX - el modelo iconográfico más cercano - apareció en publicaciones
dirigidas a un público cosmopolita y sintonizado con Europa, y que en cambio en
las publicaciones populares esa nueva moda tendió a ser entendida como disfraz
carnavalesco o censurada como indecente. En este primer caso, otras fuentes
concurren a abonar la hipótesis de que se trató de una moda representada como
“aristocrática,” importada de París y asociada a un estilo de vida moderno.
Tanto en las memorias de Victoria Ocampo como en las de Carmen Peers de Perkins se hace referencia al impacto producido en
la moda elegante por los ballets russes, a los
nuevos tocados con forma de turbantes (“inspirados quizás en Scheherazade”),[11] y a ese
“soplo de barbarie”[12] que la nueva moda trajo consigo, tal como señalan, no
sin horror, las publicaciones populares:
9.
Mi esposa [...] - se queja un padre en una
carta a la sección “Charla femenina” de la revista Iris - era una mujer
discreta en su vestir y en su hablar. [...] actualmente se ha entregado por
completo al modernismo y ha cambiado totalmente su persona. [...]
10.
¡Mis hijas! [...] Me indignan sus
indumentarias livianas, exageradamente cortas y escotadas. Yo creí siempre que
ese modo de vestir era tan solo para cierta categoría de mujeres. [...]
11.
Parece que todavía nos falta el don de un
gusto nuestro, íntimamente ligado a nuestras costumbres y a nuestras
tradiciones.[13]
12. El texto está ilustrado por una figura femenina enfundada
en un vestido escotado hecho de telas superpuestas y un tocado consistente en
un turbante con plumas, comúnmente asociado a la moda orientalista [Figura 1].[14] La cita
sugiere que esta moda no sólo fue percibida por algunos sectores como
indeseable por extranjera e indecorosa porque exponía áreas del cuerpo
femenino, sino porque era propia de las mujeres del espectáculo, no del todo
decentes o indecentes del todo: bailarinas como Ida Rubinstein (que fue
convocada por Diaghilev para actuar en la producción
de Scheherazade por los ballets russes en 1910) y otras demi-mondaines
como Mata Hari, que algunos años antes habían instalado en París el gusto por
las danzas exóticas, los elaborados tocados de perlas y los sugerentes vestidos
orientalizantes.[15]
13. Podría argüirse que el hecho de que esa cualidad ilícita
se encarnase en un estilo que significaba a un otro fue lo que aseguró su éxito
y su efectividad para correr algunos de los límites impuestos a la moda
femenina hacia fines de la primera década del siglo XX.[16] Así, la
adopción de la nueva moda por parte del “gran mundo” porteño fue un fenómeno
típicamente moderno, en el sentido de que funcionó como un sitio de suspensión
de códigos de clase y género facilitada por su localización en un afuera, un
otro. No obstante, no habría que exagerar tampoco su extensión, ya que en la
práctica la moda orientalista, tal como fue adoptada por las argentinas, no
tuvo una especificidad local visible, consistió más que nada en acentos orientalizantes, y se dio sobre todo en el terreno de la
representación (fotográfica en primer lugar), no del uso cotidiano, lo que me
inclina a entenderla como un gesto hasta cierto punto consciente, con una
significación propia.[17]
14. En efecto, los elementos orientalizantes
que organizan el exotismo[18] de algunos retratos fotográficos de mujeres de la alta
burguesía son pocos, pero eficaces: reiteran el tocado hecho de perlas que
cuelgan de una oreja a otra por debajo del mentón y que se distribuyen por
encima de la cabeza en estructuras con diseños geométricos, a veces rematadas
por plumas, dándole al rostro un marco llamativo y pregnante.
Otras veces, un gran medallón metálico (que en algo remite a la bandeja de
Salomé) funciona como marco exotizante [Figura 2]. Con algunas
poses y gestos se retoma la sintaxis de la pintura orientalista europea, como
cierto abandono en los brazos y manos, la cabeza hacia atrás o hacia el lado en
gesto meditativo, la otra mano sobre el pecho o sosteniendo la cabeza; el aire
perezoso, la mirada incitante, afirmativa, gestos que leídos en serie con las
representaciones de Oriente (como era posible hacerlo en las revistas
ilustradas), contribuyen a asociar significados específicos al signo “mujer
exótica”. Ya que ¿qué significa retratarse para una revista ilustrada en un
atuendo que remite a una moral sexual heterodoxa, en pose de lánguido
ofrecimiento, mirando sugestivamente hacia la cámara?[19] [Figura 3]
15. De las propias imágenes y los textos que las acompañan
surgen algunas hipótesis: en primer lugar, la idea de que la emulación de esa
moderna moda europea funcionó como forma de distinción social, con la salvedad
de que se trataba de una moda europea que al tiempo que afirmaba la diferencia
del otro y se permitía gozar de lo prohibido en virtud de esa diferencia, lo
sometía a una mirada normativa que confirmaba su superioridad sobre él.[20] En este
sentido, si la moda orientalista europea fue una forma de posicionamiento con
respecto a un otro (exótico y sensual aunque barbárico), la moda orientalista
argentina, calcada de la europea, podría ser entendida como una aspiración - de
un grupo social reducido pero influyente - de trascendencia de una condición
cultural subalterna, heredada de la colonia, y de posicionamiento en igualdad
de condiciones con respecto al Viejo Continente.[21] Pero
esta operación de apropiación no carece de dobleces: al localizarse en mujeres
de la alta burguesía, estos gestos orientalistas podían ser concebidos tanto
como un dispositivo de afirmación de modernidad y superioridad cultural, como
de posesión y sujeción:[22] echadas sobre alfombras, en recintos cerrados que
recuerdan a las representaciones de cautivas en harenes, entregándose
pasivamente a la mirada de un espectador, provocándola a través de gestos
largamente codificados como indolentes y sensuales, estas mujeres funcionaron a
la vez como sujetos de esa modernidad y superioridad y como objetos de goce
estético, misterio tan impenetrable como Oriente y territorios a conquistar que
a fin de cuentas apenas condimentaban con un dejo de exotismo lo que se
esperaba de una mujer a la vez moderna, deseable y disponible: como la misma
nación argentina.
16.
En otro
orden, el malestar que ocasionó esa moda en sectores por fuera de este grupo
social (representados de forma parcial y problemática en las revistas de corte
popular) es comprensible precisamente porque ella desestabilizaba las reglas
del juego social que tanto significaban para aquellos que aspiraban al ascenso
a través de la adopción de códigos de comportamiento clasificados según el
origen de clase y la diferencia de género. Para ellos, el orientalismo podía
ser ante todo una referencia literaria y pictórica admisible por vía de
ilustraciones y relatos, pero apropiársela resultaba por cierto confuso, de
allí su condena y desprestigio en las ilustraciones y secciones de belleza
femenina.
17. En cambio, las figuras de andaluzas que componen la
segunda vertiente mencionada cubren un espectro de publicaciones más amplio,
desde las más baratas y efímeras hasta las de gran formato, precio alto y mayor
envergadura material. Teniendo en cuenta que en los textos periodísticos se
asocia comúnmente a estas figuras con la cultura mora,[23] propongo
pensar este segundo grupo de representaciones como un “orientalismo de
simbiosis”[24] que en vez de diferenciar y rebajar, exhibió a lo
andaluz como un legado cercano y valorable, y que debe entenderse en serie no
sólo con la revalorización local de la cultura española en general sino
específicamente de su componente árabe, visible además de en las revistas en
proyectos arquitectónicos y programas decorativos contemporáneos de estilo
morisco, entre otros el Salón Alhambra del Club Español de Buenos Aires o
algunas estaciones del subterráneo decoradas con motivos islámicos,[25] que en
el contexto inmigratorio argentino fueron comprendidos, según Gutiérrez Viñuales, “como una de las maneras de brindar a los recién
llegados referencias a través de las cuales se sintieran identificados.”[26]
18. Más aún, tanto las pinturas de motivos andaluces como los
proyectos arquitectónicos de estilo neoárabe constituyen un capítulo específico
de la historia del arte español (y también del arte americano) que ha sido
estudiado en relación con el orientalismo europeo en cuanto manifestación
diferencial de ese fenómeno cultural.[27] Estos
enfoques legitiman la interpretación en clave orientalista de una buena parte
de las pinturas y materiales visuales de procedencia española que circularon no
solo en Argentina sino en toda América Latina gracias a las gestiones de
marchands peninsulares que buscaban (y encontraron) aquí un interesante nuevo
mercado para sus artistas.[28] La adquisición de
obras de este tipo por parte de coleccionistas locales, su reproducción profusa
en las revistas ilustradas y la emulación de sus temas y procedimientos por los
artistas vernáculos sin duda contribuyeron a revalorizar la cultura española en
el ámbito local, que comenzó a ser representada, aunque extranjera, como parte
del pulso de la ciudad.[29] En un texto de 1912 aparecido en Caras y Caretas
ilustrado por el español Alejandro Sirio con figuras de bailaoras, un
articulista describía una reunión de españoles del siguiente modo [Figura 4]:
19.
Buenos Aires puede permitirse el lujo de
disfrutar de todos los espectáculos del mundo, por trasplante. Y arraigan de
tal modo, por exóticos que parezcan, que las veces desconoce uno la ciudad [...].
20.
Días atrás, pasando por la calle Rivadavia
los jacarandosos ¡olés!, y las palmas de la flamenquería importada, nos
hicieron detener el paso ante un negocio que ostentaba el título “Colmao Sevillano”. [...]
21.
Lo que provocaba la admiración de toda
aquella flamenquería trasplantada era una graciosa hembra que subida encima de
una mesa, y al compás del guitarreo de dos chulos y del alegre sonar de las
castañuelas, se bailaba un garrotín con todas las de la ley.
22.
La moza era bella en verdad, de esa
belleza luciférica que atrae a los hombres, su cuerpo
se cimbreaba con gracia y desenvoltura, sus pies trazaban ágiles trenzados y
repiqueteaban armónicamente sobre la mesa.[30]
23. Más allá de las referencias que aluden a la escena como
algo de carácter exótico, importado, trasplantado, es decir no propio, lo que
interesa señalar a partir de esta cita, y en vista de las innumerables
representaciones de andaluzas que poblaron las revistas ilustradas, es que
parte de aquella revalorización de lo español se sustentó en representaciones
de mujeres exotizadas tanto a través de accesorios
poco comunes en el atuendo cotidiano femenino de estas latitudes (peinetas,
mantillas, abanicos, vestido de falda ancha con volados y mantones de Manila,
que por su misma procedencia referían a lo oriental) como a través de poses y
gestos codificados en la pintura orientalista sobre temas españoles, y que
aparecieron no solo en reproducciones de pinturas (españolas y argentinas) sino
también en ilustraciones y fotografías de bailaoras que se presentaban en los
teatros locales y extranjeros,[31] en fotografías de fiestas de colectividades españolas y
en disfraces de carnaval [Figura
5].[32] En este sentido, las representaciones femeninas se
prueban nuevamente como sitios de interacción y negociación de procesos
sociales, sujetos y objetos de colonizaciones simbólicas, más que simples
registros de gustos, costumbres o modas. Ya que la figura de la andaluza
funcionó no sólo como sinécdoque de lo español sino que, como dark lady en el sentido que Griselda Pollock
ha dado al tropo en cuanto “una de las caras de una polarización cultural de la
feminidad que opone una feminidad domesticada, ya virginal o maternal (the white lady) a una figura peligrosa, sexualmente
dominante o seductora ubicada siempre en otro lugar, conectada con los espacios
de la alteridad y el exotismo, y por tanto de la sexualidad fuera de
regulación”,[33] condensó con eficacia las ambigüedades suscitadas por la
inmigración, al igual que aquella intensamente deseada y temida al mismo
tiempo.
24. Pero si la multiplicación de estas figuras fue un
fenómeno latinoamericano antes que argentino:[34] ¿puede
ser asociado al problema de la construcción de una identidad nacional? Si
seguimos la opinión de Gutiérrez Viñuales, para quien
la Argentina se convirtió en “piedra angular del hispanismo propiciado desde
España”,[35] pienso que sí. Más allá de la gravitación innegable de
los ilustradores españoles en la industria editorial argentina del período, que
explicaría las preferencias por los motivos y temas de ese origen, quisiera
sumar a la hipótesis anterior la idea de que estas representaciones de
andaluzas también resultaron convocantes y fueron tan reiteradas porque establecían
lazos de continuidad entre la nueva Argentina de los inmigrantes españoles y la
vieja Argentina del pasado colonial;[36] una
continuidad que buscó su expresión en discursos diversos, de los cuales el
visual no fue el menor.[37]
25.
Por otro
lado, pienso que su componente exótico, enfatizado por las propias
publicaciones, contribuyó a volverlas atractivas y que a través de ellas la
identidad española adquirió poder de seducción. Las figuras de bailaoras de
mirada oscura, recubiertas en sugerentes mantones coloridos que resaltaban sus
formas sinuosas, apelaban sensualmente al espectador para sellar su compromiso
con lo representado, al tiempo que proponían a lo andaluz como una expresión
sofisticada de la cultura española, valorada en Europa y por eso mismo deseable
como tradición compartida. Se trataba - a diferencia de lo que ocurría con la
moda orientalista de corte parisiense y aire de music-hall - de un gesto
de retorno a las fuentes más que de afirmación y de ruptura. En estas
representaciones, en todo caso, el pasado mismo se proponía como territorio
exótico, y su conquista, verificada en su absorción a través de la reiteración
en la prensa popular y masiva, era, a fin de cuentas, una forma de reencuentro.
Las afroporteñas, la cultura
popular y la obliteración de la negritud en la representación de la feminidad
argentina moderna
26. En oposición a la visibilidad de las referencias orientalizantes, la presencia de tradiciones afroporteñas en las representaciones de mujeres en la
prensa ilustrada de interés general es tenue, lo que no deja de llamar la
atención en un país con pasado esclavista que, por otra parte, asume como uno
de sus ritmos nacionales al tango, un género musical de origen afroamericano
consolidado entre fines del siglo XIX y principios del XX.[38]
27. “¿Qué ha pasado con los negros en este país? ¿Por qué han
desaparecido? Es raro encontrarse con uno de ellos en las calles de Buenos
Aires. Sin embargo, en mi infancia […]”,[39] comienza
Victoria Ocampo uno de sus volúmenes de testimonios, recordando a los afroporteños que trabajaban en su casa paterna y que, en
1960, parecían haber sido borrados de la composición étnica argentina. Si bien
la narrativa de “desaparición” de los afroporteños ha
sido largamente debatida, y existen registros de la vitalidad de las
colectividades de ascendencia africana a lo largo del período,[40] lo
cierto es que en el registro de las representaciones circuladas por la prensa
periódica, los afroporteños ocupan un lugar escaso y,
cuando son señalados como tales,[41] se los representa según esquemas de un repertorio que
reproduce sobre sujetos diversos significados estables, de efecto homogeneizante.[42]
28. Sin distinguir entre representaciones masculinas y
femeninas, ese repertorio incluye en primer lugar ilustraciones de intención
humorística que los construyen como el epítome de la alteridad primitiva:
vestidos con taparrabos, descalzos, portando lanzas y modificaciones corporales
en la nariz o las orejas, se los opone a la occidentalidad
civilizada de “los blancos”.[43] Otra forma de representación son las fotografías que los
presentan como restos de una cultura en desaparición, destacables solo en
cuanto testimonio de un tiempo pasado [Figura 6].[44] Este tipo de imágenes guarda alguna relación con los
álbumes costumbristas que circularon durante el siglo XIX,[45] y es
preciso enmarcarlas en el contexto del pensamiento positivista y modernizador
de entresiglos para dimensionar la desvalorización
que implicaba para la cultura afroamericana, ya que al ubicarla en un tiempo
pasado, se la representaba asimismo como menos evolucionada.[46]
29. Por otra parte, las fotografías e ilustraciones relativas
al carnaval y al candombe fueron el sitio privilegiado de tematización de la
condición popular de los afroporteños.[47] Aun
cuando otros documentos tendieron a matizar esta uniforme representación de
clase,[48] esta fue apuntalada por algunas - infrecuentes -
ilustraciones y obras artísticas sobre escenas de servidumbre que oponían a
sujetos negros a empleadores de piel más clara, y que constituyen un ejemplo
específico de construcción de un sujeto subalterno en términos de raza y clase
(y en ocasiones de género).
30. Por ejemplo, una pintura de Ana Weiss que apareció
reproducida en dos diferentes revistas,[49] titulada
La amita [Figura
7], ubica a la supuesta voz de la locución del título - la figura de
una mujer de mediana edad y piel oscura, que con su mirada baja demuestra su
pleitesía - en un segundo plano detrás de una joven de piel blanca y ojos
claros que mira al espectador. En otro caso, una publicidad de la sección de
lencería de una casa de modas [Figura 8]
construye la superioridad de una mujer blanca y esbelta vestida con un camisón
claro a través de su oposición a una sirvienta negra de menores proporciones,
con la cabeza tapada por un turbante y el cuerpo cubierto por un mantón de
estampado geométrico que la mimetiza con el piso en damero.[50] En ambos
casos, el modo en que se compone a las figuras en términos de forma y color y
su localización dentro del espacio pictórico organizan una relación de
diferencia que al tiempo que destaca a la figura blanca configura la condición
dependiente de la de color.
31. Este tipo de escenas y oposiciones tiene una historia en
sí misma (son frecuentes en la pintura orientalista, así como en obras claves
del modernismo, como la Olympia de Manet). Sin embargo, en la prensa
argentina de principios de siglo las imágenes que tematizan estas relaciones
son pocas, ya que por lo general las sirvientas son representadas con iguales
características físicas que sus empleadoras,[51] un
fenómeno que no sólo elude el conflicto implícito en la construcción de una
diferencia de clase a partir de una diferencia racial sino que ejerce un
borramiento simbólico de la histórica explotación de los sujetos de ascendencia
africana por parte de la burguesía local.[52]
32. Por esta y otras razones, la representación de mujeres afroporteñas en la prensa fue aún más escasa que la de
hombres. Sin embargo, más allá de la invisibilidad a que fueron sometidas como
sujetos históricos, en los discursos sobre el cuerpo “la negritud” apareció en
negativo, como problema a resolver. La responsable de la sección femenina de
una revista apuntaba:
33.
¿Qué quieren ustedes que conteste a las
que me dicen “Soy muy morena, tengo el pescuezo obscuro, ¿cómo he de hacer para
aclararlo?”. ¿No comprende esa morocha que si es “muy morena” lo natural es que
tenga el pescuezo, ó mejor dicho el cuello, obscuro?
Para blanquearlo habría que darle una mano de pintura y yo no aconsejo el
empleo de tales reprobables recursos.[53]
34. Pero sus reparos no parecen haber sido efectivos, ya que
gran cantidad de publicidades de productos para el cutis, de poemas y de
imágenes reforzaban, en esfuerzo conjunto, el ideal del blanqueamiento.[54] En
efecto, en la representación de mujeres en la prensa ilustrada no hubo lugar
para las mezclas raciales. Cuando fueron representadas para significar la
feminidad burguesa, es decir dominante, las mujeres fueron siempre de piel
clara; si no lo eran significaban otra cosa.[55] En este
sentido, el blanqueamiento de la población femenina como condición misma de la
feminidad no sólo fue un deseo más o menos consciente de la comunidad social
que producía y consumía las revistas ilustradas, y que se articulaba a través
de las representaciones visuales y textuales, sino su propio efecto sobre esa
comunidad, sobre sus prácticas y sus valores; el blanqueamiento fue tanto la
causa como el efecto de la representación.
35. Otra inflexión clave en la representación de afroporteñas fue su localización (reforzada por su
asociación con el pasado y la extracción de clase popular) en el extremo
opuesto al de “la chica moderna”, que hacia la tercera década del siglo se
convirtió en un concepto estable capaz de condensar algunas características
socialmente valoradas para la definición de la feminidad argentina moderna.[56]
Paradójicamente, las afroporteñas fueron desplazadas
de esta representación en el momento mismo en que Occidente descubría lo
africano como inspiración de su modernidad. En efecto, en el momento en que
Josephine Baker ascendía como figura estelar del espectáculo moderno, el único
papel que las revistas ilustradas ofrecían a las mujeres negras argentinas era
el de restos de un pasado en vías de desaparición.
36. Ya que aunque la “porteñita moderna,” tal como fue
construida en la prensa, podía coquetear con la cultura afroamericana a través
de la aproximación a formas musicales que tenían allí su origen, como el tango
o el jazz,[57] eso no alteraba su etnicidad: en las representaciones
impresas se la construyó siempre como una joven de clase media o alta, de piel
clara y cuerpo andrógino.[58] Esto se explica porque en las primeras décadas del siglo
esas formas musicales fueron percibidas como manifestaciones de una cultura
popular que se extendía conflictivamente hacia las clases altas en parte
gracias a su estatus exótico y provocativo, pero no formaban parte aún de lo
que la cultura dominante asumiría como representativo de una identidad nacional.
En este sentido, al localizarlas fuera del presente y en la cultura popular,
las tradiciones afroporteñas fueron doblemente
desplazadas del mapa de referentes identitarios; de allí que sobre las mujeres
que las encarnaban - que siempre han sido concebidas como el sitio de
reproducción de la cultura - [59] recayera un manto persistente de invisibilidad, y que
sus representaciones funcionaran - a diferencia de lo que ocurrió cuando se
vincularon a tradiciones orientales - como la contracara devaluada del progreso
y la modernización.
Chinas pampas, chinitas y Venus criollas: lo autóctono
como un lugar de ambigüedad para la representación de una feminidad nacional
37. Distinta fue también la operación en relación con las
tradiciones indígenas y criollas, que conforme avanzaba el siglo XX fueron
objeto de una revalorización que, en cuanto reacción a la masiva inmigración
urbana, y localizando “lo nacional” en el campo, se articulaba con un proceso
de inversión de la dicotomía civilización-barbarie tal como había funcionado en
el siglo XIX.[60] Las representaciones femeninas no fueron ajenas a ese
impulso, y a principios de siglo se hizo manifiesto el deseo de definir un tipo
femenino autóctono, vinculado al ámbito rural. Este se depositó en ocasiones en
la figura de la “china,” un término derivado de la voz quechua usada para
referirse a una sirvienta mujer,[61] que luego incorporó nuevas acepciones, como la de mujer
india o mestiza, compañera del gaucho, mujer del campo o paisana o sirvienta
criolla.[62]
38. Aunque las publicaciones ilustradas se hicieron eco y
contribuyeron a la configuración de ese tipo social, los significados asociados
a la figura de la china fueron complejos y en ocasiones contradictorios, tanto
en lo relativo a su caracterización étnica como moral. De hecho, la fortuna del
término parece ligada al mismo destino social del gaucho, en ocasiones
celebrado por su valentía y en otras desacreditado por su pereza y su
naturaleza sanguinaria y barbárica.[63] Del
mismo modo, la representación de la china osciló entre la construcción de un
tipo idealizado que se asoció a los valores burgueses de domesticidad (espera a
su hombre en el rancho, le ceba el mate y cocina) y la estigmatización a través
de ella de comportamientos que desestabilizaban el concepto burgués de
feminidad, como la moral sexual heterodoxa y la falta de arreglo personal. Así
como, de una parte, se valoraba el carácter servicial de las empleadas
domésticas mestizas, llamadas “chinitas”, la indeseabilidad
de la “china pampa” (es decir, la india) queda explicitada en el refrán criollo
“Mate amargo y china pampa, solo por necesidad.”
39. En relación con esta oscilación, David Viñas encuentra en
la novela Quilito de Carlos María Ocantos (1892), que tiene entre sus personajes a Pampa -
una sirvienta india a quien el niño de la casa llama “china fea,” “de pelos
cerdosos, irreductibles a la disciplina de la peineta” -, un momento de
recapitulación del proyecto roquista de eliminación
del indígena, precisamente porque Pampa es “la clásica chinita que por
razones polémicas, humanitarismo o gesto paternal llegará a ser vista como la
‘flor silvestre’ en contraposición a la ‘corrupta cortesana europea,’
significando primero el ‘interior’ y luego el ‘alma’ antagónica de la ‘externidad corporal’ en deterioro a lo largo de esa
decisiva inversión de la dicotomía de Sarmiento que se produce sobre el 1900.”[64]
40. Pero esta ambigüedad tenía una historia aún más larga:
así como algunas fuentes habían reconocido en las mujeres nativas mayor
amabilidad, docilidad y amor por el trabajo que en los gauchos, otros viajeros
que recorrieron la pampa entre el siglo XVIII y principios del XIX difundieron
sobre ellas opiniones negativas. Félix de Azara reprobó su suciedad y que no
ejercieran labores como el tejido o la costura, y Francis Bond Head las criticó
por indolentes e inactivas, sugiriendo además que no se atenían a vínculos
familiares convencionales.[65] Lo cierto es que si bien el nomadismo obligado por el
trabajo rural contribuyó a la inestabilidad de las formaciones familiares en la
pampa, el origen económico de esta situación social fue sintomáticamente
ocultado asignando a las mujeres nativas una “naturaleza” promiscua e infiel.[66]
41. Aunque el énfasis en esta laxa moral sexual de las
mujeres pampeanas pareciera haber permeado algunas de sus representaciones
visuales a lo largo del siglo XIX - o eso sugieren obras de José León Pallière como Idilio criollo, Interior de un
rancho o Un nido en la pampa, en las que la blusa caída de la figura
femenina y sus hombros descubiertos funcionan como catalizadores del
significado -, fue sobre todo en las representaciones textuales donde las
características físicas de las chinas adquirieron mayor relevancia. Un
vocabulario criollo de 1910 informaba, por ejemplo, con evidente placer:
42.
Las chinas o sirvientes indígenas de
Buenos Aires visten pollera larga y vaporosa que pone de relieve los contornos
delicados de un busto por desgracia pobre de caderas y pechos. Estos, que se
agostan pronto, son de curvas exquisitas y señalados, no por una frambuesa,
sino por una mora negra muy sazonada.[67]
43. Varios años después, unos versos publicados en la revista
Nativa volvían a ocuparse de las mismas partes del cuerpo para definir a
la mujer “de raza:”
44.
Su aliento tiene el aroma
45.
De las flores campesinas;
46.
Y bajo las telas finas,
47.
los senos, en floración,
48.
Destacan la tentación
49.
de sus turgencias divinas![68]
50. Las representaciones visuales, en cambio, recuperan solo
algunos de los elementos con que se las invoca en el discurso, principalmente
las trenzas negras (que según su estado de prolijidad sugieren diferentes
cualidades morales),[69] la vestimenta, y en ocasiones los ojos oscuros, aunque
por lo general no enfatizan los rasgos mestizos ni la mayor o menor abundancia
de las caderas y los pechos, poco resaltados por debajo de las prendas de
vestir [Figura 9].
De hecho, en términos visuales las representaciones menos sexualizadas tuvieron
mayor fortuna, y para fines del siglo XIX se habían constituido como un tipo
con pocas variaciones, un rasgo recurrente en la representación de tipos
femeninos autóctonos, concebidos como depositarios de una tradición que no se
transforma y que incluso dependen, para funcionar como tales, de la anulación
de su historicidad.[70] Pues justo en un momento en que el tiempo de la moda
urbana se aceleraba, las chinas, sobre todo cuando fueron asociadas al rancho
rural, conservaron sus faldas al piso, el delantal, la blusa de mangas largas y
el pañuelo atado por delante, sin variar tampoco su peinado (trenzas largas
rematadas por cintas de colores): así aparece una china, por ejemplo, en la
portada del primer ejemplar de la revista campera Nativa [Figura 10].[71] En este
sentido, la ilustración de ficciones breves y poemas con su figura, e incluso
las fotografías, se nutrieron de un repertorio limitado de recursos (cuando no
de las mismas imágenes), tal como ocurrió con el gaucho, aunque comparado
también con este su caso fue minoritario.[72] Ya que a
diferencia de figuras femeninas como la china poblana o la “india bonita”, que
en México sirvieron como sitios de condensación de virtudes nacionales, en
Argentina la figura de la china fue marginal en los discursos nacionalistas,
quizás porque sus significados asociados eran ambiguos e inestables.
51. En este punto, las representaciones de chinas que
circularon en las publicaciones más baratas y populares se diferencian de otras
representaciones utilizadas para definir un tipo de belleza autóctono a partir
de rasgos físicos indígenas, como las pinturas y esculturas nativistas.[73] Estas
insistieron en configurar el tipo a través de la exhibición del cuerpo desnudo,
en una operación que idealizaba a la vez que sometía a inspección el cuerpo
femenino enfatizando su diferencia del modelo clásico, pero proponiéndolo como
comparable a él, de ahí la utilización muy frecuente del término “Venus” en los
títulos de esas obras e incluso en poemas como el siguiente, que tematizaban -
no sin enorme violencia simbólica - la belleza indígena:
52.
Venus morena, en la que el sol ha impreso
53.
el ósculo voraz de una ansia loca,
54.
tu muslo, es muslo cincelado en roca,
55.
tu busto, es busto modelado en yeso.
56.
Juega en tus labios el amor travieso,
57.
y tu alto pecho, que a morder provoca,
58.
es un manjar con que la hambrienta boca
59.
se deleitara en el festín del beso.
60.
Los requiebros persiguen tu hermosura,
61.
como a una sierva voladores lazos,
62.
alguien te enlazará por la cintura.
63.
Y entre la flama tropical, entonces
64.
feliz mancebo en sus robustos brazos
65.
hará gemir tu doncellez de bronce.[74]
66. La Venus criolla de Emilio Centurión (1934), que
podría analizarse palmo a palmo con este poema, es en este sentido una obra
paradigmática, que tal como ha señalado Marta Penhos
funcionó como cabeza de serie de un nutrido conjunto de desnudos femeninos que
reproducían y consolidaban ese ideal de belleza telúrico.[75] Lo único que conserva esta figura de las chinas de las
ficciones populares es la postura: de pie, afirmada en la tierra, y no
recostada lánguidamente como muchos otros desnudos femeninos que pueblan los
salones de la misma época. Pero a diferencia de la china, esta figura es
rotunda y maciza, y sus proporciones, si bien armónicas, no son las del modelo
clásico. El color moreno de la piel se enfatiza por el contraste con el paño
blanco contra el cual se exhibe; los ojos rasgados y los rasgos aindiados son
uno de los puntos centrales de la caracterización. Esta obra y otras a ella
vinculadas [Figura 11]
funcionan descontextualizando los cuerpos y proponiéndolos como alegorías de lo
criollo, no como caracterizaciones de un tipo social y humano, histórico y
real, sobre el que pesan estigmas de clase, que en definitiva es lo que era la
china aun en sus representaciones más idealizadas.
67. Pienso, a modo de hipótesis, que esa operación de
abstracción de lo indígena/criollo de cualquier conflicto político o social fue
justamente lo que aseguró la preferencia por ese modelo entre los artistas y su
fortuna en los medios letrados. En contraposición, la figura de la china
pareciera haber tenido menos éxito en cuanto condensación de una belleza
autóctona, posiblemente porque sobre ella gravitaban menos las definiciones
étnicas que las socioeconómicas, problemáticas a la hora de caracterizar una
identidad nacional. Ya que en las primeras décadas del siglo XX chinas
eran tanto las mujeres de campo (al servicio, tal como se estructuraba la
explotación agropecuaria del período, de un patrón de estancia) como las
sirvientas urbanas, muchas de ellas migrantes internas, y en este sentido el
término aludía más a su lugar en una estructura de clase que a su condición
india o mestiza. Con todo, aunque marginal y limitada a ciertas características
elementales, su presencia fue persistente sobre todo en los discursos visuales
de corte más popular (ilustraciones de ficciones semanales, postales,
partituras de tango), posiblemente porque generaba mayor identificación en el
público inmigrante que la pura belleza indígena exaltada por los intelectuales;
lo que nos habla de los variables grados de eficacia y de poder de convocatoria
de las representaciones según los cortes de clase de su público potencial.
Conclusiones
68.
Las
representaciones de mujeres han funcionado a lo largo de los siglos no como
documentos acerca de mujeres históricas sino como lugares de interacción de
procesos sociales. Las innumerables imágenes y textos acerca de lo femenino, la
feminidad y las mujeres que circularon - y circulan aún hoy - a través de las
revistas ilustradas no sólo son testigos de aspiraciones o modas sino
verdaderas matrices de prácticas que tienen una incidencia específica en
nuestras dinámicas sociales, nuestros valores y nuestros temores.
69.
A
principios del siglo XX, las publicaciones periódicas que se multiplicaron en
las calles de Buenos Aires contribuyeron, articulándose con otros variados
discursos, a instalar determinados significados en torno del signo “mujer.”
Algunos de estos significados se naturalizaron, y muchos otros se negociaron
conflictivamente en luchas de representaciones en las que intervinieron
tradiciones de larga trayectoria que aportaron marcos de referencia a las
nociones en disputa. En este texto he intentado analizar el modo en que las
tradiciones oriental, afroamericana e indígena fueron convocadas en un conjunto
muy diverso de representaciones femeninas con distintos objetivos: demostrar un
determinado grado de modernidad y superioridad cultural; establecer lazos de continuidad
y atracción entre culturas; construir como deseable la idea de una nación
blanca, moderna y próspera; identificar en la cultura criolla valores positivos
que pudieran servir de refugio a la confusión generada por los profundos
cambios sociales acarreados por la inmigración. En todos los casos, aunque con
variados grados de éxito, esas otras tradiciones disputaron la
representación hegemónica de las mujeres argentinas cristalizada en las
“señoritas distinguidas” de ascendencia europea, asimiladas a los valores de la
feminidad burguesa, occidental. La reflexión acerca de su funcionamiento
específico no sólo enriquece la comprensión del proceso de construcción de una
identidad nacional, sino que también nos habla, finalmente, de la complejidad y
la historicidad de las dinámicas sociales a través de las cuales nos
identificamos como sujetos de una cultura en particular.
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Pearson Quintana. Plus Ultra, nº 24, abril de 1918.
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Ultra, nº 28, agosto de
1918.
La mujer
del mantón amarillo. Plus Ultra, nº 43, noviembre de 1919.
Bailes
gitanos. Bulerías. Plus Ultra, nº 53, septiembre de 1920.
Señorita
Josefina Díaz Vélez Escalada. Plus Ultra, nº 75, julio de 1922.
Señorita
Marina Pilar Mauriño. Plus Ultra, nº 95,
marzo de 1924.
Elvira
Láinez. Deslumbradora visión del misterioso Oriente. Plus Ultra,
nº 125, septiembre de 1926.
Plus
Ultra, nº 149, septiembre
de 1928.
ARIETTI,
Domingo F. De raza. Nativa, nº 2,
febrero de 1924.
MARTHUR,
Eduardo. La perla del Colmao. Caras y Caretas, 28 de septiembre de 1912, s. p.
RIU,
Francisco Aníbal. Andaluza. Caras y
Caretas, 2 de septiembre de 1911.
SANTOS
CHOCANO, José. Venus india. Caras y
Caretas, 9 de junio de 1917.
_________________________
[1] UBA/IDAES, UNSAM
[2] Sobre estos cambios véanse entre otros RIVERA, Jorge B. El
escritor y la industria cultural. Buenos Aires, Atuel, 1998 (1981);
EUJANIAN, Alejandro. Historia de revistas argentinas 1900-1950. La
conquista del público. Buenos Aires, AAER, 1999; ROMERO, Luis Alberto. Una
empresa cultural: los libros baratos. In: GUTIÉRREZ, Leandro; ROMERO, L. A. Sectores
populares, cultura y política. Buenos Aires en la entreguerra.
Buenos Aires, Siglo XXI, 2007 (1995); SZIR, Sandra. El semanario popular
ilustrado Caras y Caretas y las transformaciones del paisaje cultural de la
modernidad. Buenos Aires 1898-1908. Tesis de doctorado, Universidad de
Buenos Aires, 2011, mimeo.
[3] “Hacia 1860, cuando comenzó el aluvión
inmigratorio, la mayoría de la población de la Capital y casi la totalidad de
la del interior se había fundido en una población mestiza, de tipo distinto
según las regiones (litoral, norteña o andina), por el distinto sustrato
indígena”. ROSENBLAT, Ángel. La población indígena y el mestizaje en América.
Buenos Aires, Nova, 1954, p. 131. George Reid Andrews también recupera
testimonios al respecto en Los afroargentinos de
Buenos Aires, Buenos Aires, De la Flor, 1989, pp. 92-111.
[4] Véase
a este respecto The Modern Girl Around the World Research Group, The Modern Girl Around the World. Consumption, Modernity, and Globalization.
Durham/Londres: Duke University Press,
2008.
[5] Utilizo el término
“orientalista” siguiendo a Edward Said, que lo define como el modo en que
Europa se vinculó con Oriente no como espacio físico real, sino construyéndolo
como su otro radical, como un concepto que reunía todo lo exótico y diferente. Orientalismo,
Barcelona, Debolsillo, 2008 (1978).
[6] Mi interés por incluir,
dentro de estas manifestaciones orientalizantes, a la
vertiente andaluza, resultó polémica en las tres instancias en que presenté
avances de este trabajo en los seminarios dedicados a las tradiciones no
occidentales en el arte americano organizados como parte del proyecto Unfolding Art History en
México en 2013. No estoy convencida de haber podido explicar suficientemente
por qué considero que esas manifestaciones deben ser incluidas, y sin embargo
me resisto a obviarlas, ya que repetidamente en el trabajo con las fuentes
primarias las representaciones de mujeres andaluzas, en las que se insiste
sobre su exotismo, sus movimientos contoneantes, su
piel morena, sus vestidos apretados que las sexualizan, aparecen en contraste
con una feminidad “occidental” normalizada a partir de gestos decorosos y
controlados, rasgos físicos en los que prima la blancura de la piel y el
cabello, e indumentaria más funcional. Creo que es esta la principal evidencia
de que estas mujeres representan algo “otro”, que la propia cultura española
reconoce como mezcla de ascendencia árabe y gitana, y que por eso me permito
incluir como manifestaciones “orientalizantes”.
Agradezco en cualquier caso las observaciones de los profesores que
participaron del seminario, que he procurado incorporar a la versión final de
este texto.
[7] Gladys Jozami
recoge algunas estadísticas acerca del número de inmigrantes provenientes de
países de habla árabe y señala que, según los libros de desembarco, entre 1882
y 1925 ingresaron al país cerca de 80.000 personas de ese origen. JOZAMI,
Gladys. Islam in Argentina. TheAmericas,
vol. 53, nº 1, julio de 1996, p. 74. En el mismo dossier, Ignacio Klich y Jeffrey Lesser hacen
referencia a la conflictividad generada por este tipo de inmigración, “Introduction: ‘Turco’ Immigrants
in Latin America”, pp.
1-14. En la prensa ilustrada del período he encontrado pocos artículos al
respecto. Uno de ellos, bajo el título Buenos Aires pintoresco, describe con
algún paternalismo el “barrio de los turcos” y entre las imágenes que reproduce
se encuentran dos de mujeres: una anciana de negro y pañuelo en la cabeza,
descripta como “una odalisca venida a menos”, y dos jóvenes vestidas con ropa
modesta, referidas como “dos futuras huríes del paraíso de Mahoma”. Pero las
imágenes en sí no remiten en nada al origen oriental de las retratadas; y desde
luego no llevan atributo alguno que justifique llamarlas odaliscas o huríes. El
Hogar, a. XII, nº 289, 16 de abril de 1915.
[8] A fines del siglo XIX, en
un debate cuyos ecos continuaban a principios del siglo XX, la propia España se
había preguntado por su identidad cultural. La oposición en este debate de una
“España negra”, católica y oscura, y una “España blanca”, festiva y luminosa,
que tuvo en la pintura su condensación más clara, se trasladó incluso a
Iberoamérica donde, sin embargo, el hispanismo fue entendido como recuperación
y revalorización tanto de los componentes castizos como andaluces. Algunos
elementos para situar esta corriente intelectual en el contexto argentino del
Centenario en ALTAMIRANO, Carlos; SARLO, Beatriz. La Argentina del Centenario:
campo intelectual, vida literaria y temas ideológicos. Ensayos argentinos.
De Sarmiento a la vanguardia. Buenos Aires, Ariel, 1997 (1983). Sobre el
hispanismo en las artes en Argentina, ver entre otros GUTIÉRREZ VIÑUALES,
Rodrigo. La pintura argentina. Identidad nacional e hispanismo
(1900-1930). Granada: Universidad de Granada, 2003; GUTIÉRREZ VIÑUALES,
Rodrigo. El hispanismo como factor de mestizaje estético en el arte americano
(1900-1930). Iberoamérica mestiza. Encuentro de pueblos y culturas,
Madrid: SEACEX, 2003, pp. 167-185.
[9] Más allá de las pinturas
sobre Oriente que se produjeron a lo largo de toda la modernidad, a principios
del siglo XX, cuando los temas pictóricos orientalistas ya habían pasado a
ser algo residuales, el orientalismo terminó de instalarse definitivamente en
la moda femenina europea, y de allí se extendió al resto del mundo,
reproduciendo la mirada exotizante incluso sobre
tradiciones folclóricas locales. En este sentido, no es un fenómeno en modo
alguno argentino, y basta mirar cualquier publicación ilustrada del período
para identificar numerosos ejemplos de la extensión de esa moda en la cultura
visual global. Cf. MEARS, Patricia. Orientalism. In
STEELE, Valerie (ed.). Encyclopedia of Clothing and Fashion. Vol. 3, Farmington Hills,
Thomson Gale, pp. 4-7. Específicamente sobre la difusión en Argentina de
publicaciones, motivos pictóricos, bibliografía e indumentaria de corte
orientalista, así como de su recepción por parte de la crítica, puede verse
ESPINAR CASTANER, Esther. Gregorio López Naguil y la crítica artística
orientalista en Buenos Aires. Cuadernos del CILHA. Vol. 13,
nº 16, 2012, pp. 80-104.
[10] El corpus relevado
comprende publicaciones mensuales de gran formato y costosas como La Ilustración Sud-Americana,
Plus Ultra, Almanaque de la Mujer (más pequeña), Myriam y Olympia,
y publicaciones semanales o mensuales más baratas y populares como Aconcagua,
El Hogar, Caras y Caretas, Fray Mocho, PBT, Atlántida,
Mundo Argentino, Iris.
[11] OCAMPO, Victoria. Testimonios:
sexta serie. Buenos Aires: Sur, 1963, p. 33.
[12]PEERS DE PERKINS, Carmen. Éramos
jóvenes. Seguimos andando. El siglo y yo. Buenos Aires: Letras de
Buenos Aires, 1983, p. 56.
[13] Iris, nº 54, 11 de marzo de 1921, s. p. Se escucha otra inflexión, referida a
la importancia de la diferencia de clase en las prácticas de indumentaria, en
Crónica de la moda, El Hogar, a. XII, nº 288, 9 de abril de
1915: “No crean ustedes, amables lectoras, que para ser elegantes y tener un
estilo personal es preciso arriesgarse a imitar las audacias de las revistas de
modas, que por su propia índole caen instantáneamente en el ridículo. [...]
Repito lo que he dicho mil veces; puesto que todas no somos iguales, las modas
tienen que ser diferentes”.
[14] Los textiles superpuestos,
en oposición a la sastrería occidental, son en sí mismos referencias a las
formas de vestir no occidentales, que los modistos modernos explotaron en forma
consciente. Véase KODA, Harold; BOLTON, Andrew. Paul Poiret
(1879-1944). In Heilbrunn Timeline of Art History. Nueva York:
The Metropolitan Museum of Art, 2000, <http://www.metmuseum.org/toah/hd/poir/hd_poir.htm>
Acceso 22/10/2013; HARRISON MARTIN, Richard; KODA, Harold. Orientalism. Visions of
the East in Western Dress. Nueva York: The Metropolitan Museum of Art, 1994.
[15] Fotografías de mujeres del
espectáculo en atuendo orientalista pueden verse, entre otros ejemplos, enMundo Argentino, nº 62,
13 de marzo de 1912; Myriam, nº 4, mayo de 1917; Iris,
nº 52, 25 de febrero de 1925.
[16] Así como fue representada
como “bárbara”, la moda oriental se asoció también a la idea de libertad y
modernidad de un modo especialmente llamativo para la mentalidad occidental
contemporánea, que asigna unánimemente a los pueblos orientales costumbres
despóticas y retrógradas. En la revista Olympia, por ejemplo, un
artículo oponía las rigideces occidentales con respecto a la moda femenina a la
modernidad de los mandatarios orientales respecto del mismo tema: “Mientras la
Sociedad de las Naciones, el supremo tribunal defensor de los derechos del
hombre, atropella los de la mujer, poniendo restricciones a la vestimenta de
sus empleadas [...] en Oriente ocurre todo lo contrario. Sus dictadores lo son
a la inversa que en Occidente: Kemal Pachá usa su
poder omnímodo para desterrar el velo con que la mujer turca cubría, por
mandamiento religioso, su rostro, la reina Sourya de Afghanistán predica con el ejemplo vistiendo a la moderna;
en Siria se celebra una manifestación en la que marchan todas las mujeres con
la cara descubierta. [...] Dirijamos, pues, nuestra vista hacia Oriente y nos
evitaremos el peligro de tropezar y caer por andar a tientas”, “La libertad en
la elegancia mantendrá su imperio”, Olympia, a. III, nº 33, 6
de febrero de 1929, p. 49.
[17] El dato de que esta moda
fuera usada sobre todo para retratos y figuraciones en la prensa suspende, por
otra parte, su incompatibilidad con el imperativo del decoro doméstico bajo el
que vivía la mayor parte de las señoritas distinguidas. Es un gesto de
afirmación consciente que funciona en el plano de la fantasía sin poner en
riesgo su respetabilidad.
[18] Peter Mason sugiere que el
exotismo es, ante todo, un “efecto representacional”; una referencia
descontextualizada de algo tomado de otra parte, que adquiere un nuevo sentido
en un nuevo contexto. Creo que esta definición es adecuada para caracterizar el
exotismo de los retratos orientalistas de las señoritas distinguidas. MASON,
Peter. Infelicities, or the
exotic is never at home. Infelicities.
Representations of the exotic, Baltimore: Johns Hopkins University
Press, 1998, pp. 1-15.
[19] La mayoría de estos
retratos aparecieron en las lujosas revistas Plus Ultra y Myriam.
De los que he encontrado, el que recrea el escenario del harén de forma más
completa es Señoritas Hortensia Figueroa y Marga Peña, Myriam,
nº 1, febrero de 1917. Algunos otros de medio cuerpo, en los que priman
los accesorios, son María Teresa Pearson Quintana, Myriam, nº 6,
diciembre-enero de 1915-1916; Señorita Mercedes de Alvear, Myriam,
nº 8, junio de 1916; Srta. Elvira Bosch Alvear, Plus Ultra,
nº 9, enero de 1917;Isabel Pearson Quintana, Plus Ultra,
nº 24, abril de 1918; Señorita Josefina Díaz Vélez Escalada, Plus Ultra,
nº 75, julio de 1922; Señorita Marina Pilar Mauriño,
Plus Ultra, nº 95, marzo de 1924;Elvira
Láinez. Deslumbradora visión del misterioso Oriente, Plus Ultra,
nº 125, septiembre de 1926; pero también ocasionalmente en El Hogar,
como en Sra. M. Ortiz Basualdo de Becú, nº 432, 11 de enero de 1918.
[20] Para un análisis de las
operaciones ideológicas implicadas en la pintura orientalista del siglo XIX
véase NOCHLIN, Linda. The imaginary Orient, In ThePolitics of Vision. Essays on Nineteenth-Century
Art and Society. Nueva York: Harper & Row, 1989, pp. 33-59.
[21] Algunas
reflexiones en este sentido en BEAULIEU, Jill; ROBERTS, Mary. Orientalism’s Interlocutors:
Painting, Architecture, Photography. Londres/Durham: Duke University
Press, 2002. Si la relación con el modelo pictórico
orientalista europeo es tan estrecha como sugiero, lo que falta en estas
recreaciones son los sirvientes negros (muy convocados en este tipo de pintura),
que precisamente enfatizaban las diferencias de estatus dentro de la misma
estructura del harén: sirvientes negros al servicio de cautivas blancas. Me
pregunto si en virtud de la popularidad de ese tipo de pintura en los ambientes
letrados, el carácter “superior” de las mujeres del harén no quedaría quizás
sobreentendido, abonando aún más el argumento en favor de la comprensión de
esta moda como un dispositivo de afirmación de superioridad cultural, aún sin
la presencia de dichos sirvientes.
[22] Una señorita distinguida,
por ejemplo, fue descripta junto a su retrato (que la mostraba de perfil y con
turbante) como “Un tipo de belleza íntegramente argentino. Lo es, desde luego,
por la expresión de inteligencia discreta, aristocrática, intuitiva. Lo es por
todos los rasgos del semblante [...] y hasta por la reminiscencia de pasividad
oriental que trae su actitud involuntariamente profunda [...]”, en Almanaque
de la Mujer, nº 2, 1930, p. 137.
[23] “Trasunto del colorido / del
sentimiento español, / como un ámbito de sol / en tus mejillas fundido… / Tiene
tu carne el latido / de los morunos regazos / y cuando ciñes los lazos / de tus
amores espacias… / buenaventuras de gracias / en el arco de tus brazos”, dice
por ejemplo un poema titulado “Andaluza”, de Francisco Aníbal Riu, publicado en Caras y Caretas, 2 de septiembre
de 1911.
[24] “Por encima de todo me parece que la
simbiosis entre España y el islam nos proporciona un maravilloso modelo
alternativo al crudo reduccionismo de lo que se ha dado en llamar ‘el choque de
civilizaciones’”. SAID, op. cit., p. 10.
[25] El Salón Alhambra, del
arquitecto Enrique Folkers, con decoración mural de
Francisco Villar y Léonie Matthis,
se inauguró en 1912. Desde principios de los años 30 se inauguraron estaciones
de la línea C del subterráneo de Buenos Aires con decoraciones murales de motivos
españoles, concebidas por Martín Noel y Manuel Escasany.
La estación Independencia, en especial, está decorada con vistas de Granada y
otras ciudades del sur de España, y con mayólicas que reproducen la divisa
árabe “Y no hay vencedor sino Dios”.
[26] GUTIÉRREZ VIÑUALES. El
hispanismo como factor de mestizaje estético en el arte americano (1900-1930), op. cit., p. 170.
[27] GUTIÉRREZ VIÑUALES,
Rodrigo. El orientalismo en el imaginario urbano de Iberoamérica. Exotismo,
fascinación e identidad. In: GONZÁLEZ ALCANTUD, J. A. (ed.). El orientalismo
desde el sur. Barcelona: Anthropos, pp. 231-259;
SAZATORNIL RUIZ, Luis. Andalucismo y arquitectura en las Exposiciones
Universales 1867-1900. In: Andalucía: una imagen en Europa (1830-1929).
Sevilla: Fundación Centro de Estudios Andaluces, 2008. En este sentido, el
folclore español fue objeto de una mirada exotizante
tanto desde la propia España como desde afuera (por muchos artistas modernos),
en una operación análoga a la que llevaron adelante, por ejemplo, los artistas
rusos respecto de sus propias costumbres nacionales, recuperadas como elementos
exóticos. Cf. AA.VV., La noche española. Flamenco, vanguardia y cultura
popular 1865-1936. Madrid: Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, 2008.
Hubo además pintores españoles que produjeron pintura orientalista sobre temas
situados fuera de sus fronteras nacionales. Cf. ARIAS ANGLÉS, Enrique. Pintura
orientalista española 1890-1930. Madrid: Fundación Banco Exterior, 1988;
del mismo autor La visión de Marruecos a través de la pintura orientalista
española, Mélanges de la Casa de Velázquez,
2007, <http://mcv.revues.org/2821>
Acceso 20/10/2013. Véase la producción de artistas como Jenaro Pérez de Villaamil, Mariano Bertuchi,
Antonio Fabrés, etc.
[28] Al respecto, BALDASARRE,
María Isabel. Los dueños del arte. Coleccionismo y consumo cultural en
Buenos Aires, Buenos Aires. Edhasa, 2006; FERNÁNDEZ
GARCÍA, Ana María. Arte y emigración. Catálogo de pintura española en
Buenos Aires. Oviedo, Universidad de Oviedo, 1997; de la misma autora, La
pintura española en Buenos Aires, 1880-1930. Oviedo, Universidad de Oviedo,
1997. Sobre los intercambios entre España y Argentina véase también AZNAR,
Yayo; WECHSLER, Diana (comp.). La memoria
compartida. España y la Argentina en la construcción de un imaginario
cultural 1898-1950. Buenos Aires, Paidós, 2005.
[29] María Elena Babino se refiere a la difusión de obras españolas y a
algunos intercambios entre artistas españoles y argentinos a través de las
revistas ilustradas, las exposiciones y los salones. “Los modelos españoles en
la construcción de la identidad artística argentina 1910-1930”, en BABINO,
María Elena. Rasgos de identidad en la plástica argentina. Buenos Aires:
Grupo Editor Latinoamericano, 1994, pp. 79-107.
[30] MARTHUR, Eduardo. La perla
del Colmao. Caras y Caretas, 28 de septiembre
de 1912, s. p.
[31] El caso paradigmático es
sin duda el de “La argentina”, una célebre bailaora y coreógrafa de padres
españoles que hizo una notable carrera en Europa, especialmente en París, lo
que refuerza la idea de que la danza española era percibida como algo casi tan
exótico como los ballets russes. BENAHUM, Ninotchka Devorah. Antonia Mercé, “La Argentina”: Flamenco and the Spanish Avant Garde, Hanover y Londres: Oxford University Press, 2000. “La argentina”
apareció por ejemplo en Plus Ultra, nº 149, septiembre de 1928; Femenil,
nº 31, 12 de abril de 1926.
[32] Por ejemplo, entre otros,
En los pabellones de España. Fiestas regionales, Caras y Caretas, 19 de
noviembre de 1910; la fotografía de La macarena, danzarina española que con
gran suceso se presenta en el teatro Avenida, Mundo Argentino,
nº 53, 10 de enero de 1912; La salida de la fábrica, Fray Mocho,
nº 143, 22 de enero de 1915; Las tres gracias, Plus Ultra, nº 15,
julio de 1917; La danza, Plus Ultra, nº 14, junio de 1917; Gitana, Plus
Ultra, nº 23, marzo de 1918; La mujer del mantón amarillo, Plus
Ultra, nº 43, noviembre de 1919; Bailes gitanos. Bulerías, Plus
Ultra, nº 53, septiembre de 1920; portada de Iris, nº 49,4
de febrero de 1921; portada de Para Ti, nº 28, 21 de noviembre de
1922; Florista andaluza, El Hogar, nº 434, 25 de enero de 1918;Otra
vez Momo ríe, Olympia, nº 33, 6 de febrero de 1929.
[33] A
tale of three women. Seeing in the dark, seeing double,
at least, with Manet. In: Differencing the Canon. Feminism
Desire and the Writing of Art’s Histories. Londres y
Nueva York: 1999,p. 249.
[34] Considérense, por ejemplo,
La dama del mantón (1914) y La criolla del mantón (1915),de
Saturnino Herrán, o la fotografía del mismo título de Librado García Smarth (1922), reproducida en CÓRDOVA, Carlos A. Tríptico
de sombras. México DF, Conaculta/Cenart/Centro de
la Imagen, 2012, p. 81. Pintura española circuló en toda América hispana. Cf.
catálogo Pintura española en Chile, Santiago de Chile, Museo de Bellas
Artes, 1999.
[35] GUTIÉRREZ VIÑUALES, El
hispanismo como factor de mestizaje…, op. cit., p.
177.
[36] Un dato pertinente en este
sentido es el que señala Miguel Ángel Berlanga, para quien según las
estadísticas, en el siglo XVI el 40% de los emigrados a América eran andaluces.
“A partir de la segunda mitad del siglo XVII, la emigración andaluza comenzó a
descender, al tiempo que aumentaba la de gallegos, cántabros y vascos, llegando
incluso a ser minoritaria la presencia de andaluces en la América
contemporánea. Pero el hecho de que Andalucía protagonizara lo que Domínguez
Ortiz llama los ‘años fundacionales’, le lleva a concluir que ‘andaluces,
sostenidos por extremeños y canarios, configuraron la sociedad colonial durante
un siglo largo, le dieron su arte, su lengua, sus costumbres, y no sólo a
criollos sino a la población de color. Después, este crisol ha seguido actuando
como instrumento de asimilación’”, Lo andaluz popular y los gitanos. In: El
flamenco, un arte musical y de la danza. Granada: Universidad de Granada
<http://www.ugr.es/~berlanga/captulo_1_lo_andaluz_popular_y_los_gitanos.html>
Acceso: 23/10/2013.
[37] Aunque la andaluza tiene
algunas especificidades, y se la representa como de piel más bien oscura, el
traje pegado al cuerpo de curvas marcadas, el mantón extendido, el abanico
abierto, guarda a fin de cuentas algunas semejanzas con la manola madrileña y
su vestido con volados, peineta con mantilla, etc., con los que se retrataron
algunas señoritas distinguidas de apellidos españoles, y que a su vez tiene una
identidad visual innegable con el traje de “dama antigua”, un disfraz que
refiere a las señoras de la colonia, utilizado aún hoy en los actos escolares
argentinos. Exposiciones como la del artista español Juan Alonso en 1924, sobre
el “Buenos Aires colonial” (BABINO, op. cit., p.
88.), pueden ser pensadas también en este sentido.
[38] RODRÍGUEZ MOLAS, Ricardo. Los
afroargentinos y el origen del tango. Buenos
Aires: Desmemoria, s. f.
[39] OCAMPO, op. cit., p. 11.
[40] ANDREWS, op. cit., passim; GELER, Lea. Andares negros,
caminos blancos. Afroporteños, Estado y nación
argentina a fines del siglo XIX. Rosario: Prohistoria
Ediciones/TEIAA, 2010. Sobre las mujeres, GOLDBERG, Marta. Mujer negra
rioplatense (1750-1840). In: KNECHER, Lidia; PANAIA, Marta (comp.).
La mitad del país. La mujer en la sociedad argentina. Buenos Aires: Centro
Editor de América Latina, 1994, pp. 67-81; de la misma autora, Las afroargentinas (1750-1880). In: GIL LOZANO, Fernanda Gil;
PITA, Valeria Silvina; INI, María Gabriela (dir.). Historia de las mujeres en la Argentina.
Colonia y siglo XIX. Tomo 1, Buenos Aires: Taurus, 2000, pp. 66-85; GELER, Lea.
Afrolatinoamericanas. Una experiencia de subversión
estereotípica en el Museo de la Mujer de Buenos Aires. Horizontes
Antropológicos, Porto Alegre, a. 18, nº 38, pp. 343-372, julio-diciembre de
2012. Sobre los afroargentinos véanse también
PLATERO, Tomás A. Piedra libre para nuestros negros. La Broma y
otros periódicos de la comunidad afroargentina (1873-1882).
Buenos Aires: Instituto Histórico de la Ciudad de Buenos Aires, 2004; CIRIO,
Norberto. Tinta negra en el gris del ayer. Los afroporteños
a través de sus periódicos entre 1873 y 1882. Buenos Aires: Teseo/Biblioteca
Nacional, 2009. Sobre representaciones visuales de afroporteños,
GHIDOLI, María de Lourdes. Potencia de los estereotipos. Retrato intervenido de
Ernesto Mendizábal, periodista afroporteño. Boletín
Americanista, nº 63, Barcelona, 2011, pp. 57-76; de la misma autora,
Falucho vale poco en comparación a su raza. Variaciones en torno a un
monumento. In: GHIDOLI, María de Lourdes; MARTÍNEZ, Juan Francisco (comp.).Estudios Afrolatinoamericanos.
Nuevos enfoques multidisciplinarios. Actas de las Terceras Jornadas del GEALA,
Buenos Aires, Ediciones del CCC, 2013.
[41] En las fotografías de
prensa es relativamente común identificar sujetos afroporteños
integrados a las instituciones y actos sociales argentinos, pero a diferencia
de lo que ocurre con algunos artículos periodísticos que se les dedicaron
especialmente, en ellas no se los señala en cuanto tales. Esta constatación
refuerza precisamente la idea de que las representaciones tuvieron un peso
específico en la conformación de la narrativa de su desaparición. Cf. ANDREWS, op. cit., pp. 92-93.
[42] Por otro lado, la pobre
fortuna material de las propias publicaciones afroporteñas
obtura su pervivencia en el discurso histórico, ya que se encuentran en muy
pocas colecciones, y en general fuera de consulta por sus malas condiciones de
conservación. Se sabe por ejemplo que hacia 1880 circulaban cerca de diez
publicaciones afroporteñas, aunque en la Biblioteca
Nacional de Buenos Aires todas las copias están fuera de consulta, y no he podido
encontrarlas catalogadas en otros archivos.
[43] Por ejemplo, Homo sapiens
de Linneo. Caras y Caretas, 20 de junio de 1903; Almanaque Peuser de 1913; La bañadera. PBT, nº 269,
15 de enero de 1910.
[44] Por ejemplo, Las
industrias del pasado. Caras y Caretas, 22 de diciembre de 1917;Muerte
de la tía Rosa a los 133 años de edad. Caras y Caretas, 4 de octubre de
1902; La morena Florentina. Caras y Caretas, 6 de enero de 1900.
[45] Cf.
MAJLUF, Natalia. Pattern-Book of
Nations: types and costumes in Asia and Latin America, 1800-1860. In: AA.VV.. Reproducing
Nations. Types and Costumes in Asia and Latin America, 1800-1860. Nueva York: Americas
Society, 2006, pp. 15-56.
[46] La asociación de los afroporteños con el pasado se reforzó, asimismo, a través
de su caracterización como extremadamente longevos, reiterada en las notas
periodísticas que se les dedicaron. Cf. GHIDOLI, María de Lourdes. Del retrato
al estereotipo. Afrodescendientes en la Buenos Aires de fines del siglo XIX y
principios del siglo XX. ponencia presentada en las XIV Jornadas Interescuelas/Departamentos de Historia, octubre de
2013.
[47] Como ejemplos pueden verse
El candombe callejero. Caras y Caretas, 11 de febrero de 1899; La noche
de San Baltazar. El candombe. Caras y Caretas, 2 de marzo de 1918; La
danza de la sangre. Caras y Caretas, 24 de noviembre de 1917. Otra
inflexión es la presentación en carácter de “bufones” o entretenimiento
popular. Cf. GHIDOLI, Biguá y otros dionisíacos: intento de identificación de
una pathosformel. Eadem
Utraque Europa, a. 5, nº 8, junio de 2009,
pp. 73-89.
[48] Cf. el artículo Gente de
color. Caras y Caretas, 25 de noviembre de 1905,en que se muestra a
cuatro jóvenes presentadas como la “aristocracia” afroporteña,
o las fotografías de figuras públicas como el payador Gabino Ezeiza
(reproducida en ANDREWS, op. cit., p. 202), que lo
muestra como un caballero burgués.
[49] Myriam, nº 7, noviembre de 1917, y Plus Ultra, nº 28, agosto de
1918.
[50] Publicidad de Maison Adhémar, Myriam, nº 11, diciembre de 1916.
[51] Este fenómeno de
igualamiento de patronas y sirvientas en términos de apariencia física ya ha
sido notado por Gisela Kaczan, cf. Alegorías de
distinción y presagios de exclusión social en imágenes de mujeres (circa 1920).
Estudos Feministas. vol. 21, nº 3,
Florianópolis, septiembre-diciembre de 2013. Se trata, por otra parte, de un
fenómeno típico de la prensa periódica ilustrada internacional de principios de
siglo, en la que se priorizó la representación de un solo tipo físico como
norma de la feminidad. Sobre este fenómeno en la prensa norteamericana véase
por ejemplo SCANLON, Jennifer. Inarticulate
Longings. The Ladies’ Home Journal,
Gender, and the Promises of Consumer Culture. Nueva York:
Routledge, 1995, pp. 34-37.
[52] Véanse los testimonios
recogidos por GOLDBERG, Las afroargentinas
(1750-1880), op. cit., pp. 66-85.
[53] Mlle. Jeannette, Ante el espejo.Caras y Caretas, 29 de junio de 1912.
[54] Estos discursos sobre el
color de la piel se reforzaron mutuamente con una eficacia difícilmente exagerable. Las mismas publicidades se hicieron eco de la
celebración lírica de la blancura de la piel femenina utilizando tópicos como
piel de mármol, de alabastro o tez nívea. Cf. la publicidad en verso de polvos
Mi reina circulada por Caras y Caretas hacia 1916, que con el título La
princesa de marfil alababa la “hermosura ideal” de una mujer maquillada con
esos polvos. Otro ejemplo es la publicidad de Lait de
beauté, donde se afirma que “No hay cara hermosa sin
cutis blanco y fino,” PBT, nº 267, 1 de enero de 1910, o la
publicidad de crema y leche Albina, en El Hogar, nº 436, 8 de febrero de
1918.
[55] El cuerpo de las mujeres
negras, por ejemplo, sirvió a lo largo del siglo XIX para caracterizar un tipo
de sexualidad desregulada, en oposición a la controlada sexualidad de las
mujeres burguesas. Aunque esta asociación ya no es predominante en la prensa
ilustrada de las primeras décadas del siglo XX en relación con las afroporteñas, en la representación de bailes como el
candombe las contorsiones de los cuerpos femeninos remiten a la misma idea,
especialmente si se los compara, por ejemplo, con la rígida compostura de las
mujeres presentadas como “señoritas”. Sobre la mistificación de la sexualidad
de las mujeres negras, GOLDBERG, Las afroargentinas
(1750-1880), op. cit.
[56] Cecilia Tossounian ha trabajado precisamente sobre el modo en que
la joven moderna ejemplifica las complejas relaciones entre modernidad,
tradición e identidad nacional. The Body Beautiful and the Beauty of Nation: Representing Gender and Modernity (Buenos Aires 1918-1939). Tesis de doctorado. European University Institute, 2010, mimeo.
[57] Por ejemplo, Música de
cámara de ayer (la sonata) y de hoy (el tango americano). Iris,
nº 57, 1 de abril de 1921; El día social de la porteñita último grito, Iris,
nº 73, 29 de julio de 1921.
[58] Cf. con el caso mexicano
en DOROTINSKY, Deborah. Nuevas mujeres: cultura visual, utopías sociales y
género en la primera mitad del siglo XX. In: ARCINIEGA, Hugo; NOELLE, Louise;
RAMÍREZ, Fausto (coord). El arte en tiempos de
cambio. 1810/1910/2010. México DF: IIE, 2012, pp. 416-453; también en
RUBENSTEIN, Anne. La guerra contra ‘las pelonas’. Las mujeres modernas y sus
enemigos, Ciudad de México, 1924. In: CANO, Gabriela; KAY VAUGHAN, Mary;
OLCOTT, Jocelyn. Género, poder y política en el México posrevolucionario.
México DF, Fondo de Cultura Económica, 2009.
[59] “Women are represented
as the atavistic and authentic
‘body’ of national tradition (inert, backward-looking, and
natural), embodying nationalism’s
conservative principle of continuity. Men, by contrast, represent
the progressive agent of national modernity
(forward-thrusting, potent
and historic), embodying nationalism’s progressive, or revolutionary principle of discontinuity”.
McCLINTOCK, Anne. No Longer
in Future Heaven. In: ELEY,Geoff;
GRIGOR SUNY, Ronald (eds.). Becoming National: A Reader. Nueva York y Oxford: Oxford University Press, 1996, p. 263.
Citado en TOSSOUNIAN, op. cit.
[60] ALTAMIRANO, op. cit., pp. 183-185; RODRÍGUEZ MOLAS. Actitudes y
opiniones de los poseedores de la tierra. In: Historia social del gaucho.
Buenos Aires: Centro Editor de América Latina, 1982, pp. 237-260.
[61] Según la tercera acepción
de “chino/a” en el Diccionario de la Real Academia Española, 22ª
edición, 2001.
[62] El único texto crítico que
he encontrado sobre la construcción textual de la figura de la china en léxicos
criollos y obras de viajeros es el de MARRE, Diana. Mujeres argentinas:
las chinas. Representación, territorio, género y nación. Barcelona, Publicacions de la Universitat de
Barcelona, 2003.
[63] Esta representación tiene
su matriz en textos como el Facundo de Domingo F. Sarmiento (1845): “La
vida del campo, pues, ha desenvuelto en el gaucho las facultades físicas, sin
ninguna de las de la inteligencia. Su carácter moral se resiente de su hábito
de triunfar de los obstáculos y del poder de la naturaleza: es fuerte, altivo,
enérgico. Sin ninguna instrucción, sin necesitarla tampoco, sin medios de
subsistencia, como sin necesidades, es feliz en medio de la pobreza y de sus
privaciones [...]. De manera que si esta disolución de la sociedad radica
hondamente la barbarie por la imposibilidad y la inutilidad de la educación
moral e intelectual, no deja, por otra parte, de tener sus atractivos. El
gaucho no trabaja; el alimento y el vestido lo encuentra preparado en su casa;
uno y otro se lo proporcionan sus ganados, si es propietario; la casa del
patrón o pariente, si nada posee”. Sobre la transición hacia una representación
más positiva véase RODRÍGUEZ MOLAS, 1982, op. cit.,
especialmente pp. 237-247.
[64] Ocantos y Quilito (1892): chinas, niños, militarotes y mercado. In: Indios, ejército y frontera,
Buenos Aires, Santiago Arcos, 2003 (1982), p. 287.
[65]SLATTA, Richard. Las
mujeres y la vida familiar. In: Los gauchos y el ocaso de la frontera.
Buenos Aires: Sudamericana, 1985, pp. 104-124.
[66] MARRE, op.
cit., pp. 160-162.
[67]BAYO, Ciro. Vocabulario
criollo español sud-americano. Madrid: Librería de los sucesores de
Hernando, 1910.
[68] Otros fragmentos del texto
aludían a más características físicas: “El viento de las llanuras / y el
sol ardiente, a su vez, / fueron bronceando su tez /con sus caricias
más puras. / Dos trenzas, largas y obscuras / por su espalda de
vestal /caen en derroche triunfal; / Y muestra su gracia
agreste / luciendo un moño celeste / de cada una, al final”. ARIETTI,
Domingo F. De raza. Nativa, nº 2, febrero de 1924.
[69] En este sentido, la
metáfora moral no solo se articula con la tradición iconográfica que asigna a
las mujeres de cabello suelto y despeinado mayor libertad sexual, sino que
tiene relación con uno de los castigos que los gauchos ejercían sobre las
mujeres que les eran infieles: cortarles las trenzas y colgarlas a la cola del
caballo para humillarlas. El castigo está referido en SLATTA, op. cit.,p. 107, que lo toma de
GRANADA, Daniel. Reseña histórico-descriptiva de antiguas y modernas
supersticiones del Río de la Plata. Montevideo: Barreiro y Ramos, 1896,
p. 80. Sobre esto véase por ejemplo la ilustración de Idilios silvestres. Caras
y Caretas, 13 de octubre de 1900, en que un gaucho está a punto de cortarle
las trenzas a su china, representada con gesto fiero. Otra representación de
una china despeinada en Filosofando. Caras y Caretas, 4 de enero de
1908.
[70] La asociación de las
mujeres con la tradición es uno de los polos característicos de su
representación. Véase al respecto el análisis de ZAVALA, Adriana. Becoming Modern, Becoming
Tradition. University
Park, Pennsylvania State University
Press, 2010, passim;
nota 50.
[71] Otros ejemplos en Pelando
la pava. La Ilustración Sud-Americana, nº 16, 16 de agosto de 1898; El
último recurso. Caras y Caretas, 24 de junio de 1899; Caras y Caretas,
16 de abril de 1921; la ilustración del citado poema De raza. Nativa,
nº 2, febrero de 1924; Mano a mano. Nativa, nº 11, noviembre
de 1924; En la pampa. Almanaque Sudamericano, 1900; Lo que se escribe en
pizarras. El Hogar, nº 434, 25 de enero de 1918.
[72] He encontrado al menos un
caso en que dos publicaciones diferentes utilizaron la misma ilustración de Hohmann para acompañar una breve ficción situada en el
ámbito rural, con una diferencia de 17 años (Caras y Caretas, 4 de mayo
de 1907; Nativa, nº 5, mayo de 1924). Muchas representaciones de gauchos
también repetían los mismos tipos de escenas, incluso a nivel compositivo.
Verónica Tell ha estudiado el caso de las fotografías de gauchos de Ayerza, que
fueron reproducidas en varias revistas porteñas del cambio de siglo, y
argumenta que la cuidadosa puesta en escena de estas imágenes señala
precisamente el momento en que el gaucho se convertía en una figura simbólica
antes que real. TELL, Verónica. Los gauchos de Francisco Ayerza: migraciones
por las páginas de las revistas ilustradas de fines la década de 1890. Ponencia
presentada en el 54 International Congress of Americanists, julio de
2012.
[73] PENHOS, Marta. Nativos en
el Salón. Artes plásticas e identidad en la primera mitad del siglo XX. In:
PENHOS, Marta; WECHSLER, Diana (coord.).Tras los pasos de la norma.
Salones nacionales de bellas artes (1911-1989). Buenos Aires, CAIA/Del
Jilguero, 1999, pp. 111-152.
[74] SANTOS CHOCANO, José.
Venus india. Caras y Caretas, 9 de junio de 1917.
[75] Por ejemplo, Criolla,
de H. Ainscouth (1937) y Flor de cardón, de J.
De Luca (1937).